Carlos Santamaría y su obra escrita
Índice
Problemak: ikerketa biologikoan, adibidez
Problemak: ikerketa nuklearrean
Ezker berria edo zinismo zaharra
Marxisten eta kristauen elkarrizketa
Kristautasuna eta humanismoa (natura eta grazia)
Aldagarria eta aldagaitza Elizan
Nazioaren kontzeptu pertsonalista
Hizkuntza subjektu bat da: nortasun bat
Unibertsalaz eta partikularraz
Euskalgintza, herrigintza (etorkinen arazoa)
Euskara, kultura-hizkuntza modernoa
Euskara prentsan: egunkariaren premia
Langile ikasleak, ikasle langileak
Hezkuntza unibertsalista bakerakoa
«Herriari, herriaren onez, herriak»
Egia norberak bilatzeko eskubidea
Denboraren gogoetan
Santamariak badaki, nahi duenean, oso perspektibista izaten. Beti da pixka bat. Horrek egiten du haren estiloan puska on bat. (Estilo paregabeko idazlea dugu Santamaria). Denbora joan, denbora etorri, filosofo kazetariak hainbat gertakari komentatu beharko ditu bere sailean, erlijiosoa, politikoa, kulturala, denetarikoa. Urrutiko gerrak egun, hurbilagoko hauteskundeak atzo, denbora etxean egiten eta eragiten ari den aldakuntzak bihar. Elurra mendian bezala, mara-mara eroriz eta kokatuz doaz gertakariak denboran.
Denborak badu erritmo propioa ere. Aste Santua, urte liturgikoko festak, urteurrenak. Noizean behin, Santamaria gogoratuko da zenbat denbora daraman bere zutabeok idazten. Besteak beste, denboraren beraren gogoetazko bi erakuskari aldatu nahi nituzke hona, ez beste ezergatik, perspektibismoaren eta baita estiloaren adibide gisa baino. Hain zuzen, ez daukate kasik batere «mezurik», nahi bada; tipikotzat har daitezke, beraz, horrelaxe, itxurazko beren fauntasunean, autoreak nola filosofatu izan duen bere ingurua eta denboraren igaroa bere aldean.
La primavera se adelanta este año. Antes de que el sol llegue al equinoccio, los perales y los manzanos se han cubierto de flores blancas y un cerezo japonés —con el que suelo tener particulares confidencias— me ha regalado con abundancia de diminutos capullos rojos.
Es maravilloso ese ritmo pausado, pero firme, con que la madre Naturaleza hace todas las cosas. Avanza siempre a su paso, sin que nada pueda detenerla. Nunca espera ni hace esperar.
Su trabajo invernal es apenas perceptible; se realiza en lo más escondido de los laboratorios de las células y de los tejidos; pero de pronto se manifiesta como una enorme epifanÃa, un estallido incontenible de vida. Y es la primavera.
Cada primavera es nueva, única y distinta, tiene su individualidad propia e inconfundible.
Desde que existe el mundo ha habido millones y quizás cientos de millones de primaveras; pero esta primavera de 1957 nunca fue, ni volverá a ser.
Los metafÃsicos, como trabajan con esencias, dicen —y no les falta razón, claro está— que todas las primaveras se corresponden con un sólo concepto universal. En el diccionario hay una definición de primavera, que vale para todas las primaveras que han existido o puedan existir. Y ay de aquella que quiera salirse de la definición, porque ya no será primavera.
Pero, en realidad, a la primavera le tiene sin cuidado si responde o no a la esencia y a la definición de primavera; ella existe con existencia única y singular, como todo existente, y nos invita a florecer, a revivir también nosotros, en la fugacidad del instante que pasa.
Hay quien piensa la vida como una fluencia, es decir, como una realidad que discurre con perfecta continuidad, igual que el agua de un rÃo al deslizarse sin ruptura sobre el profundo cauce. Hay quien la piensa —y es acaso más acertado— como una sucesión de instantes individuales, inconfundibles, unidos entre sÃ, por el misterioso nexo de una conciencia personal que permanece.
Los existencialistas han llamado nuestra atención sobre la importancia del singular, del existente concreto e individual. Esto me parece muy justo, frente a un esencialismo racionalista que, de espaldas a la vida, habÃa querido operar sólo con los enormes cajones vacÃos de sus conceptos abstractos.
Cuando pensamos y cuando hablamos empleamos ideas y palabras de significación universal. Decimos «primavera» como decimos «hombre», remitiéndonos a unas nociones generales que se encuentran dentro de nuestras cabezas.
Pero no hay dos primaveras iguales, como no hay dos hombres iguales. Cuando alguien ha muerto nadie puede sustituirle; nadie reemplazará el tono de su voz, ni su gesto, ni su modo de ser, ni su temperamento, ni sus afectos, ni nada, en fin, todo aquello que latÃa y se manifestaba en ese ser.
Nada reemplazará tampoco a esta primavera que ahora nace cuando se extinga dulcemente en los brazos del estÃo.
Las flores de hoy se habrán convertido en frutos y la vida pedirá de nuevo paso a la vida[43].
Urte horretan bertan (1957), Santamariak beste meditazio hau eskaini zion udazkenari:
El verano es agitado como un potro. La cadencia del otoño es más lenta.
En el estÃo el corazón se derrama; pero en el otoño el tiempo pone un ritmo más suave en su flauta.
Durante el verano el color manda despóticamente. Por el otoño la luz de las cosas se apaga un poco y se hace más Ãntima y personal.
El sol ya no es tan blanco; se arrebola. El cielo se agrisa ligeramente, como las patillas del cincuentón. Las hojas se aguzan y se pintan de herrumbre, que es tinte de recuerdo.
Las largas alamedas bajo los árboles: hojas pisadas con rumor de barquillos.
(Me gustarÃa quedarme siempre en el otoño y caminar infinitamente por una alameda con rumor de barquillos. Pero esto no es más que una afición personal; no trato de imponer a nadie mis preferencias particulares).
Primavera dice devaneos. Verano, pasión. Otoño, los amores profundos que duran toda la vida.
Primavera es todavÃa muy niña. Verano escarcea en los trigales. Otoño es sabidurÃa de muchas cosas; acerca a Dios.
Primavera se detiene ante la cancela para jugar. Verano se goza en el patio. Otoño se adentra en el castillo interior donde mora la profunda realidad invisible.
Un tiempo se enciende en otro tiempo, como un fuego en otro fuego.
Como el «Atharva Veda» las estaciones nos dicen de una especie de destrucción y de re-creación periódica del universo.
Pero el otoño es naturalmente cristiano y se escapa del ciclo. Se pone a esperar algo que ya no es el eterno retorno.
Algo que no es el «Krita-yuga» que dura 4.000 años, más 400 de aurora y otros tantos de crepúsculo; ni el «Treta-yuga» de 3.000 años; ni el «Dvapara-yuga» de 2.000 años; ni el «Kaliyuga» de 1.000 años, con las auroras y crepúsculos correspondientes, claro está.
Algo que no es el «Maha-yuga», el ciclo completo que dura 12.000 años.
Sino la eternidad judeo-cristiana, sin fin y sin retorno, la única cosa por la que vale la pena de sacudirse esta enorme pereza cósmica que uno lleva dentro del alma.
«Lueguito» empezará el Adviento, hecho de la madera de la Esperanza.
Para acunarlo, la primavera era demasiado niña; el verano, demasiado sensual; el invierno resultarÃa demasiado viejo.
Pero, ¿qué estoy escribiendo?
En nuestra famosa civilización cristiana, ¿les dice esto algo a la inmensa mayorÃa de los lectores?[44].
Bai gogoeta objektiboa, baina subjektua pittinik sakrifikatu gabe hortaz, egin nahi izan du Santamariak, libertate osoz, bere kazetari lan luzean. Subjektuaren maneo egokia asmatzea izango da arazoa. Ez gehiegi, ez gutxiegi, erdiko puntuaren arte zaila.
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