Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Diógenes y Ménades

 

El Diario Vasco

 

      Se cuenta del gran Diógenes, y hasta puede que sea verdad, que antes de dedicarse al vagabundeo —suprema filosofía de la vida— poseía un esclavo. Un esclavo llamado Ménades que le había legado su padre al morir.

      (El padre, creo que ya lo saben ustedes, era un banquero de Sínope, a quien habían expulsado de su ciudad natal por dedicarse, fuera de horas naturalmente, a la fabricación de moneda falsa).

      Aburridos, sin duda, de las excentricidades de su amo, el tal Ménades decidió un día escaparse, y así lo hizo a la primera ocasión.

      Al enterarse Diógenes de lo ocurrido no le dio la menor importancia al asunto, ni manifestó siquiera el más leve propósito de adoptar represalias o de dar cuenta del caso a la policía ateniense para que se hiciese con el fugitivo.

      Los vecinos de Diógenes, extrañados de este proceder tan poco sensato —ya que todo el que se aparta de los usos y costumbres comunes en una sociedad, de cualquier tipo que sea, es automáticamente considerado como insensato— trataron de convencerle de que debía recuperar a toda costa «su hombre».

      Pero el gran Diógenes, con su flema característica, de la que había de dejarnos tantas pruebas —al menos si son verdaderos los numerosos hechos y dichos que se le atribuyen—, el gran Diógenes contestó:

      —Sería ridículo, amigos míos, que Ménades pudiera vivir sin Diógenes, y que Diógenes no fuese capaz de vivir sin Ménades.

      Esta frase genial plantea ya la famosa dialéctica hegeliana del «amo y del esclavo» o, si ustedes lo prefieren, del poseyente y del poseído.

      Modernamente se ha puesto de relieve la doble esclavitud que implica toda relación de posesión. Pero ya Diógenes lo había visto claro y por eso se fue a vivir más tarde al tonel.

      El poseedor cree poseer la cosa o persona poseída, pero en realidad es también poseído por ella.

      Se establece así una extraña relación entre ambos, en la que tan esclavo es el amo como el siervo, el poseyente como el poseído.

      Dos ejemplos muy sencillos ilustrarán esta idea. El uno, de carácter doméstico; el otro, de carácter social.

      Ahora que el servicio doméstico está en franco declive, y debe desaparecer porque sólo es un espectro de algo que fue, nos encontramos, por ejemplo, con el problema de las criadas, ese problema que algunas personas viejo estilo siguen llamando muy encopetadamente «el problema de la servidumbre».

      Â¿Quién no ha oído innumerables veces la frase pronunciada por un ama de casa: «Hay que estar siempre esclava de ellas».

      Desde que se compuso el dúo de «La Gran Vía» («pobres chicas las que tienen que servir, pobres amas las que tienen que sufrir») todo el mundo lo sabe. Pero nadie hubiese sospechado que Hegel tuviese algo que ver con la famosa zarzuela del maestro Chueca.

      Pasemos a algo más serio. En el actual contexto social el par «patrono-asalariado» puede suscitar análogas consideraciones. Piensa el asalariado a veces que el patrono es un hombre feliz, entre otras razones porque goza de la libertad que él no tiene. No sabe, o no quiere saber, que el amo está también sometido a la misma «alienación» que él, y que, pese a las apariencias, dispone en la mayor parte de los casos de menos libertad y de menos franquicia que él. Poseer, y sobre todo poseer hombres, es una esclavitud terrible, de la que muy pocos saben liberarse.

      La dialéctica del amo y del esclavo sólo tiene una solución. Liberar «realmente», no sólo idealísticamente o verbalmente, las relaciones inter-humanas de todo carácter de posesión. Hacer de ellas unas genuinas relaciones inter-personales entre seres efectivamente iguales en libertad humana, con todo lo que ésto comporta, incluso es lo material.

      Para ello hay que desalienar estructuralmente nuestra sociedad. me objetarán ustedes, quizás, que ésta es una idea marxista, pero, como decía Feijoo, el inmenso «poco me importa que una idea lleve [...] el otro epíteto o sea atribuida a este o a aquel filósofo. Si es verdadera me basta para que yo la defienda».

      Y además la idea que yo propongo no es sólo una idea marxista, sino originaria y fundamentalmente una idea cristiana. Cuando se empieza entender la esencia del cristianismo, se comprende que cristianizar al hombre es desalienarlo en todas las dimensiones de su ser.

 

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