Carlos Santamaría y su obra escrita
Un intelectual práctico
El Ciervo, 456 zk., 1989-02
Cuando en los años cuarenta, tuve la suerte de conocer a Rovirosa, su vocación obrerista católica estaba ya perfectamente definida.
Profundo creyente, su fe le llevaba, no al ensimismamiento como ocurre en algunos casos, sino a una actividad esforzada al servicio del movimiento social cristiano.
ACO y HOAC fueron sus campos de acción preferidos. El fue, sin duda, uno de los principales impulsores de estas asociaciones eclesiales, cuyo espÃritu e ideologÃa contrastan vivamente con el «nacional-catolicismo» entonces imperante en el Estado español.
El papel desempeñado por dichas organizaciones, que en buena parte lograban escapar del absorbente control gubernamental, fue muy importante, a mi juicio, para la preparación del futuro democrático de la sociedad española.
Rovirosa era un gran animador y un excelente comunicador de ideas. En sus viajes de trabajo a lo largo y ancho de España —a los que él llamaba sus «tournées»— se dedicaba a despertar a la gente trabajadora formando grupos de estudio y centros de acción católica obrera con los que luego se mantenÃa en permanente contacto.
Resulta difÃcil explicar hoy el coraje y la valentÃa que en aquel tiempo exigÃa ese trabajo, desarrollado, en cierto modo, en oposición a un catolicismo oficial adormecido por su alianza con el poder.
Nuestro hombre era plenamente consciente de este adormilamiento y de las pésimas consecuencias que el mismo traÃa para nuestra vida religiosa y social.
En una carta que me escribÃa a principios de 1954 me hablaba precisamente, con su habitual ironÃa, del «baño de agua tibia en que duerme el éxtasis de los católicos españoles». Una falsa y perezosa confianza, una especie de inflación religiosa, contra la que según él decÃa, tenÃamos que luchar todos denodadamente.
Pero, como no podÃa menos de ser, la postura de Rovirosa se basaba en una gran esperanza de que las cosas podrÃan cambiar a corto plazo. En la misma carta a la que acabo de aludir me decÃa: «Van ocurriendo cosas acá y acullá que señalan la proximidad de una primavera (no la de los 'luceros', sino otra) que nos exige estar preparados con las lámparas bien provistas de aceite».
Es cierto que la primavera democrática tardó mucho más en llegar de lo que Rovirosa se suponÃa y que no fue quizás la que el soñaba en aquellos dÃas. Pero ese modo de pensar y de actuar de Rovirosa, en el que se conjugaba su inflexible realismo con un optimismo cristiano a prueba de bomba, era muy tÃpica de él.
buen razonador, mente clara, Rovirosa era una especie de «intelectual práctico» que veÃa con exactitud los problemas, pero que en lugar de dedicarse a perorar sobre ellos, como hacen muchas veces los llamados intelectuales, querÃa ir derecho hacia la solución de los mismos.
En las Conversaciones católicas internacionales
Recuerdo perfectamente las intervenciones de Rovirosa en las Conversaciones católicas internacionales que se celebraron en San Sebastián entre los años 47 y 59. Uno de los objetivos de estas Conversaciones era justamente el de romper el aislamiento en que yacÃa el catolicismo español como consecuencia de la guerra civil, al que antes hemos hecho referencia.
Pero el principal interés de dichas sesiones radicaba tal vez en los temas de discusión elegidos, los cuales eran casi siempre temas de batalla —por decirlo as× que hacÃan rabiar un poco a los integristas, sobre todo por la libertad y sinceridad con que eran tratados.
En aquellas reuniones tomaban parte destacados pensadores católicos europeos, teólogos, escritores, profesores, algunos de los cuales habÃan de jugar después un importante papel en el Concilio Vaticano II.
La presencia de Rovirosa entre aquellos señores y su modo de dialogar con ellos era un fenómeno curioso del que nunca me olvidaré.
SolÃa permanecer callado durante las tres o cuatro primeras sesiones escuchando las disquisiciones con la mayor atención. Pero a un momento dado, una vez captadas las ideas esenciales que allà debÃan debatirse, tomaba la palabra atrayendo curiosamente la atención de todos.
«Todo eso que han dicho ustedes es muy sabio y está muy bien. Pero ahora les va a hablar a ustedes este ignorante, este 'homme de rue' que soy yo, porque también desde la calle hay mucho que decir a propósito de todo ello».
Y efectivamente lo decÃa, y lo decÃa en general con gran éxito, porque a través de sus palabras parecÃa que entraba un poco de aire callejero en aquel docto cónclave.
Algunos «conversadores» extranjeros me hablaban ocasionalmente de la admiración que despertaba entre ellos la figura de Rovirosa. «Nosotros contamos con dirigentes obreros católicos muy apreciables. Pero la calidad de este hombre que ustedes tienen es excepcional» —me decÃan sin el menor ánimo de adulación.
Pienso ahora que estos comentarios elogiosos Rovirosa se los merecÃa plenamente y que fue una fortuna para nosotros el disponer en las Conversaciones de un participante de estas caracterÃsticas tan singulares.
A los que le conocimos y fuimos sus amigos nos trae también, en estos tiempos posmodernos de confusión y escepticismo, algo asà como una racha de claridad y de simplicidad cristianas.
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