Carlos Santamaría y su obra escrita
Sobre el independentismo vasco
El Diario Vasco, 1986-09-21
Todo cuanto se haga para clarificar y fijar el lenguaje polÃtico vasco podrá ser útil en este momento. Contribuirá, sin duda, a facilitar la estructuración del paÃs. Y podrá también servir —si a mano viene— para superar esa famosa acusación de «ambigüedad» que tan frecuentemente se formula contra el nacionalismo vasco.
Sin que esto signifique que otras familias polÃticas estén por completo exentas de esta misma tacha, creo que se debe reconocer que el nacionalismo es, en efecto, ambiguo, y lo es por dos clases de razones.
En primer lugar una ideologÃa que defiende la personalidad de un pueblo todavÃa no constituido en su integridad, como lo hace el nacionalismo vasco, no puede menos de funcionar subordinadamente a lo que ese pueblo quiera hacer, mañana o pasado mañana, de su propio destino. De acuerdo con la doctrina nacionalista es el propio pueblo vasco quien tendrá que autodeterminarse en su dÃa sin que nadie pueda anticipar o hipotecar sus futuras decisiones.
Ser persona es precisamente eso: ser «causa sui», dueño de sus propios actos.
Asà por ejemplo a los que preguntan si el nacionalismo es o no independentista, un nacionalista consecuente tendrÃa que contestarles que eso no se sabe hoy por hoy, porque es el propio pueblo quien deberá decidirlo cuando se le ponga en condiciones de hacerlo. Partiendo de este supuesto el nacionalismo no podrÃa dar una respuesta definitiva y categórica sobre su propio independentismo.
Estamos pues ante un primer tipo de ambigüedad al que bien pudiéramos llamar esencial.
Pero aparte de este tipo hay otro, más accesorio, si se quiere, pero que tiene también su importancia. Me refiero a la gran confusión de lenguajes polÃticos que reina actualmente entre nosotros.
Por ejemplo, la misma palabra «independentismo» que acabamos de emplear ¿qué significa realmente? ¿Qué clase de independencia es la que propugna un ciudadano vasco que asimismo se califica de independentista?
Se nos dirá quizás que la cosa está clara. Afirmar que una nación es independiente equivale a decir que esa nación posee un Estado soberano propio. Independencia y soberanÃa vendrÃan asà a confundirse en un sólo concepto.
Sin embargo, en la realidad del mundo actual, esta tesis resulta discutible. Basta echar un vistazo al mapa para darse cuenta de que existe un gran número de Estados más o menos tercermundistas cuya soberanÃa nadie pone en duda, sin que por eso pueda hablarse para ellos de independencia real, ni desde el punto de vista económico, ni desde el punto de vista cultural, ni siquiera desde un punto de vista auténticamente polÃtico.
Por otra parte, todos los Estados modernos se ven hoy obligados a hacer cesiones de soberanÃa para constituir comunidades más amplias o, simplemente para poder convivir entre sÃ.
El concepto de soberanÃa ha perdido pues una gran parte de su primitiva absolutez. La exigencia de lo supranacional se impone cada vez en mayor medida a los viejos jacobinismos. Dicho concepto se hace mucho más poroso y permite hablar con naturalidad de soberanÃas compartidas.
No se puede negar que estos hechos facilitan el camino de la libertad a las nacionalidades hoy involucradas en los grandes Estados.
Partiendo de estas modernas ideas resultarÃa fácil concebir la independencia de Euskadi como algo realizable y no meramente utópico.
No hay por qué pensar en una ruptura con el contexto geográfico, histórico y cultural, como parece que pretenden ciertos independentistas a ultranza. La abrupta Albania socialista no puede ser para nosotros un modelo, sino todo lo contrario, un mal ejemplo a evitar.
En cualquier caso, puesto que existen diversos modelos imaginables de independencia habrÃa que emplear el término «independentismo» con extrema prudencia.
En realidad para que las cosas quedasen suficientemente claras harÃa falta por lo menos que la utilización de este término fuese acompañada en cada caso por una definición concreta —explÃcita o implÃcitamente expresada— del modelo de independencia al que el tal independentismo vaya a ser referido.
Quiero hacer notar que esta condición se ha cumplido exactamente en unas recientes declaraciones de Carlos Garaicoechea, tras su intervención en la universidad catalana de verano de Prades.
Según la Prensa, el ex lehendakari habrÃa puntualizado o matizado su declaración de Prades favorable al independentismo, con una especificación muy importante relativa a su modo de concebir la independencia de Euskadi. De sus palabras se desprende —si le hemos entendido bien— que el género de independencia por él deseada para el pueblo vasco serÃa compatible con la existencia de un Estado confederal o casi confederal.
Tal planteamiento podrá gustar o no gustar a muchos —a unos les parecerá corto, a otros excesivo— pero en todo caso el mismo es completamente claro.
Es justamente este aspecto de la claridad lo que estamos comentando aquÃ. Tratar de que la palabra independentismo deje de ser un nido de ambigüedades o un arma arrojadiza para convertirse en algo de lo que se pueda hablar en términos comprensibles medianamente razonables.
Quizás es en Cataluña donde esta concepción confederalista del independentismo tiene mayor tradición, desde los tiempos de Pi i Margall. No estarÃa mal que se fueran aproximando puntos de vista en torno a tal noción lÃmite, de posible futura realización.
De cualquier modo, pienso que en esta gravÃsima cuestión no puede permitirse ningún género de frivolidad lingüÃstica. Tratemos siquiera de hablar claro. Llamemos a las cosas por sus nombres, siempre será mejor.
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