Carlos Santamaría y su obra escrita
El sà pragmático y el no pacifista
El Diario Vasco, 1986-02-23
Los pacifistas —entre los que me incluyo básicamente— rechazan la acusación de utopistas que frecuentemente se les hace desde el punto de vista práctico o pragmático.
«La paz antinuclear con que los pacifistas sueñan es imposible e incluso peligrosa», se afirma paladinamente.
Sin embargo, nada importante se hubiera hecho en el transcurso de los siglos si el hombre hubiera decidido detenerse ante lo que pareciese imposible. La humanidad seguirÃa aún en las cavernas y eso que llamamos la Historia ni siquiera habrÃa comenzado. Es a fuerza de vencer imposibles como se ha construido nuestro mundo civilizado.
Hay que reconocer, de todos modos, que los pragmáticos tienen su parte de razón. Si la historia hubiera estado exclusivamente en manos de los inventores y de los innovadores, es posible que tampoco se hubiera podido avanzar. Sin los «hombres prácticos», que se aferran a la realidad inmediata y tratan de sacar de ella todo el partido posible, no cabe pensar en un verdadero progreso.
La paz que los pacifistas reclaman en este momento, es decir, la superación de los bloques, el fin de la disuasión, el desarme total, la supresión de la guerra como forma válida de acción polÃtica, etc. no debe ser considerada como una simple utopÃa, aunque los polÃticos y los estrategas se empeñan en presentarla como una manifestación de irrealismo.
A cambio de esa «paz imposible» —según ellos— se nos ofrece la «paz posible», es decir la «no-guerra», basada exclusivamente en el equilibrio de los armamentos.
«Contentémonos con la paz armada que tenemos ahora bajo la paternal mirada del amigo americano y dejémonos y de campañas pacifistas».
Pero la situación de no-guerra que se nos propone es desgraciadamente la cosa más próxima a la guerra que puede existir. Si nos resignamos a ella, si renunciamos por anticipado a la «paz imposible», pronto nos veremos conducidos a la verdadera guerra. No a una guerra cualquiera, sino a una contienda apocalÃptica, infinitamente más mortÃfera que todas las que la humanidad conoció en el pasado.
Consecuentes con estas ideas los pacifistas entienden que España no debe estar en la OTAN, principal instrumento de la paz armada y que, por el contrario, debe volcar todo su esfuerzo en favor de la paz desarmada, tal como acabamos de esbozarla.
Soy de los que opinan que hay que acabar con el escándalo de Yalta y con el reparto de Europa entre las dos superpotencias. Pienso asimismo que España no tiene ningún problema militar directo con la URSS y que lo que más atraerÃa la acción de los SS 20 sobre nuestro territorio en caso de guerra serÃa precisamente la presencia en el mismo de las bases americanas.
Me parece por otra parte que, en medio de toda esta confusión que ha creado el anuncio del referéndum, el voto negativo podrÃa ser al menos un medio razonable para protestar contra las armas y dar un testimonio de la voluntad de paz que anima a millones de ciudadanos del Estado español.
Por estas y otras análogas razones, el ciudadano que suscribe votará no en el referéndum.
Pero esto no significa que uno pueda desdeñar olÃmpicamente las motivaciones del sà presentadas por los pragmáticos, a comenzar por el propio presidente del Gobierno.
Algunas de estas motivaciones deben ser tomadas en consideración, incluso por los pacifistas más radicales.
AsÃ, por ejemplo, es un hecho que una polÃtica neutralista tendrá muy pocas probabilidades de éxito para España, una vez que ésta se hubiese separado de la OTAN.
Los paÃses neutrales no son neutralistas en el estricto sentido de la palabra. Cada uno de ellos actúa en función de su propia realidad o de sus propios intereses, sin que su neutralidad responda a un plan común ni tenga nada que ver con la de los demás paÃses.
¿Cómo se puede relacionar la neutralidad de Suecia —separada apenas de la URSS por un estrecho mar mediterráneo y con su capital a sólo 200 millas de la costa rusa— con la de Suiza, paÃs neutral por definición y cuya razón de existir ha sido siempre la de servir de pasillo de comunicación entre todos los beligerantes europeos, e incluso mundiales, o con la de Austria, obligada por los tratados a permanecer al margen de cualquier conflicto?
Uno se imagina difÃcilmente que estos Estados puedan realizar una acción conjunta, aunque fuese sobre la base de una España neutralizada y con este fallo han de contar los pacifistas que quieran jugar honradamente.
Algo análogo podrÃa decirse de la situación que se crearÃa a la población del Estado español, desde el punto de vista económico, comercial, industrial y tecnológico, al enfriarse las relaciones con los EE.UU. y con algunos paÃses del Mercado Común, como la República Federal Alemana.
Esto podrÃa llegar a ocurrir. La lucha por la paz no es una cosa cómoda y es preciso que asà se reconozca por parte de todos.
Ahora bien, aunque tras el referéndum España siguiera adicta a la OTAN, los pacifistas no tendrÃamos por qué cortarnos la coleta.
Al contrario. Se presentarÃa ante nosotros la posibilidad de realizar algunas tareas importantes como puede serlo, por ejemplo, la de fomentar el pacifismo antinuclear y antibloquista desde el interior mismo del ámbito territorial de la Alianza Atlántica, lo que resultarÃa quizás mucho más eficaz que desde fuera. En efecto, desde dentro de un paÃs de la OTAN se puede ejercer una presión popular eficiente en favor de la paz, sea oponiéndose a las pretensiones de los belicistas americanos o exigiendo planes de desarme bilateral más creÃbles que los hasta ahora conocidos.
Pacifistas españoles, belgas, holandeses, alemanes, noruegos, británicos, etc., podrÃan constituir a un momento dado una fuerza polÃtica seria contra la «paz armada».
Pero para esto harÃa falta que tomásemos la cosa de otro modo. Está bien que el movimiento pacifista sea testimonial, porque esta es una de sus principales misiones. Pero nunca debiera reducirse a ser un movimiento «meramente testimonial».
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