Carlos Santamaría y su obra escrita
El fracaso de la disuasión
El Diario Vasco, 1983-10-09
Inventada a mediados de los años cincuenta, la estrategia polÃtico-militar de disuasión ha servido para mantener, no diremos la paz —una verdadera paz— pero sà una situación de no-guerra ya nuclear que ha durado casi treinta años aunque en este momento se encuentra en plena crisis.
Desde el 45 hasta el 49 los americanos tuvieron el monopolio del arma atómica. Por las razones que sea —y que aún se discuten entre los expertos del tema— no la usaron ni en grande ni en pequeña escala.
La situación cambió completamente de aspecto con la experiencia rusa de la bomba A, en agosto del 49, y poco después, pisándoles los talones a los americanos, con sólo nueve meses de retraso la de la bomba H.
A partir del 49 se inicia lo que se ha llamado la época del terror nuclear. El enfrentamiento atómico entre el Este y el Oeste pareció entonces por completo inevitable. De hecho la guerra nuclear estuvo a punto de estallar en algunos momentos. Era lógico que los estrategas americanos propusieran un despliegue atómico inmediato para aprovechar la ocasión, antes de que los soviéticos lograsen normalizar la fabricación de la nueva arma a nivel de dotación militar. Pero se salió del paso: no se produjo la esperada agresión americana contra la URSS, sin duda más por razones polÃticas que por razones militares.
Pero el problema de fondo persistÃa. El mundo estaba abocado a una guerra nuclear entre los dos bloques. Fue entonces cuando se inventó la nueva —y antigua— teorÃa de la disuasión.
El general francés Stehlin la explica en pocas palabras de la siguiente manera: ante la imposibilidad de montar, por ninguna de las dos partes, una verdadera defensa contra un ataque nuclear (ya que no existÃan —ni existen todavÃa— armas anti-misiles auténticamente eficaces) «se llegó a la conclusión de que la única defensa posible consistÃa en la posesión de un poder de destrucción de la misma naturaleza, de sentido contrario, y capaz de infligir al adversario, con seguridad absoluta, pérdidas enormes y prácticamente inaceptables».
Evidentemente los dos jugadores de este tremendo juego, la URSS y los EE.UU., coincidieron en este mismo punto de equilibrio, es decir, en lo que la moderna teorÃa de juegos llama un «saddle point». Para esto no hacÃa falta ningún acuerdo. Un mismo razonamiento estratégico les llevaba a idénticas posturas o —si se quiere— a posturas simétricas.
Asà se inicia el perÃodo 57-79 que algunos han denominado el equilibrio del terror: cada contendiente disuadÃa al otro de todo propósito de iniciar una agresión. Contra lo que pueda hacer suponer esa terrible denominación, el hecho es que se trata de un perÃodo de optimismo. El equilibrio «militar-nuclear» dio tan buenos resultados que la opinión mundial llegó a olvidarse en aquellos años hasta de la existencia de las armas atómicas.
En el 79 se produce un gran cambio. Los estrategas americanos se han dado cuenta de que el equilibrio ya no es tan perfecto como se creÃa y de que sus armamentos nucleares empiezan a encontrarse —al menos bajo algunos aspectos— en una situación de inferioridad dentro del teatro europeo.
Es entonces cuando se llega —bajo la administración Carter y no bajo la era del «siempre culpable» Reagan, como algunos creen, a la doble decisión de la OTAN, lo que los franceses llaman la teorÃa del «rattrapage». Occidente tiene que recobrar o «re-atrapar» el equilibrio perdido en Europa porque de lo contrario crecerá enormemente el riesgo de una guerra nuclear generalizada. 1979-1983 es pues un compás de espera bajo el signo —y la amenaza— de la doble decisión.
Si hemos de creer a algunas de las últimas informaciones de prensa, los preparativos para la instalación de los Pershing 2 y de los misiles de crucero están ya ultimándose e incluso las armas empiezan ya a llegar a Europa. ¿Qué va a pasar ahora? Lo más probable es que las negociaciones de Ginebra fracasen por que vayan a desembocar en unas conversaciones de altÃsimo nivel entre Reagan y Andropov. Este último dijo no hace mucho que el enfrentamiento no está en las personas sino en los sistemas. Pero, al fin y al cabo, va a haber que recurrir a las personas que es donde, en último término, se albergan la razón y el sentido común. Las máquinas de guerra nunca harÃan la paz.
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