Carlos Santamaría y su obra escrita
Un concepto difÃcil
El Diario Vasco, 1983-08-21
Para mà hay ideas verticales y otras, en cambio, horizontales. Asà la idea de autoridad, lo mismo que la de mando o la de dominio, son ideas verticales. Todas ellas están llamadas a realizarse de arriba abajo y exigen como correlato otras, también verticales, como las de obediencia, reverencia y sumisión, que funcionan en sentido contrario, es decir, de abajo arriba.
Ideas horizontales son, por el contrario, las de fraternidad, igualdad, cooperación, mutualismo, federalismo, solidaridad y otras parecidas, que tanto juego dieron en el socialismo romántico y pre-marxista.
La Constitución española cita a esta última —la solidaridad— en su artÃculo 2, en el que, al mismo tiempo que «la indisoluble unidad de la nación española» se afirma la autonomÃa de las nacionalidades y regiones. Se establece asà un sabio contrapeso entre la idea centrÃfuga de autonomÃa y la idea centrÃpeta de solidaridad.
Ahora bien, a la busca de una razonable inteligencia del texto constitucional, uno no tiene más remedio que interrogarse acerca del significado de esta gran palabra. ¿Qué cosa es la solidaridad? ¿En qué consiste, de qué está hecha? La solidaridad ¿es justicia o caridad? ¿Precepto o consejo? ¿Cuestión polÃtica o cuestión jurÃdica? ¿Exigencia ética o mera sociologÃa?
Parece que no es fácil encontrar respuesta a estas preguntas. Para Ortega y Gasset, que habla de esto en «La rebelión de las masas», la idea de solidaridad —el solidarismo— no se ha condenado hasta el presente en un sistema enérgico de ideas históricas y sociales, «antes bien rezuma sólo vagas filantropÃas».
Pero, en los tiempos que corremos, cuando a uno le vienen con filantropÃas hay que echarse a temblar porque es fácil que el asunto termine en atraco. Este es nuestro temor, aquà y ahora, y el porqué de la desconfianza y de la presunta insolidaridad de muchos ciudadanos vascos en el actual momento.
La solidaridad es, sin duda, algo demasiado etéreo —demasiado bello también— para que pueda ser definido con rigor filosófico. Quizás no conviene querer definir demasiado la solidaridad. Mejor dejarla en su discreta penumbra. Efectivamente: Corremos el peligro de que cualquier dÃa nos salgan con una ley orgánica —una más entre las mil posibles— en la que se pretenda «desarrollar» el artÃculo 2, definiendo y sobre todo, cifrando, la solidaridad de modo vertical e impositivo. Con ello se habrÃa destruido, tal vez, la solidaridad real, es decir la que yo y otros muchos creemos que existe ya, en forma auténticamente germinal, entre nuestros pueblos.
La propia Constitución en su artÃculo 138 habla del «principio de solidaridad». Pero uno se pregunta otra vez: la solidaridad ¿es un principio o un hecho? Para mà lo segundo es mucho más importante que lo primero. Si no existiera como hecho, mal podrÃa la solidaridad existir como principio y peor aún serÃa que la solidaridad de principio acabase por matar a la solidaridad de hecho o a lo poco que quedara de ésta.
Porque, además, vuelve aquà a plantearse la cuestión de la verticalidad y de la horizontalidad de las ideas de la que hablábamos al comienzo de este artÃculo.
La idea de «principio» es en sà misma una idea vertical. Un principio es en efecto algo que se nos impone como necesario y con lo que tenemos que contar querámoslo o no.
Si hemos entendido algo de lo que esta pasando ahora, el Estado de las autonomÃas consiste en un esfuerzo para reemplazar lo demasiado centrÃpeto por lo centrÃfugo, y lo vertical, por lo horizontal, sin que por eso tenga que hundirse el edificio.
Pero lo que sucede es que, no se sabe por qué —o quizás si se sabe, se sabe demasiado bien— en este momento hay un marcado empeño en que se vuelva a lo anterior —es decir, a lo centrÃpeto y a lo vertical— con lo cual el concepto de autonomÃa, e incluso el de democracia, y el mismo de solidaridad, acabarán derrumbándose por completo. No sólo como principios, sino también como hechos, que es lo peor.
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