Carlos Santamaría y su obra escrita
El federalismo de Pi
El Diario Vasco, 1983-06-12
En España el federalismo por antonomasia ha sido hasta hora el don Francisco Pi y Margall. En este paÃs cuando se dice: «Estado federal», se piensa inevitablemente en la primera República, la del 73, con todo su cortejo de desórdenes y cantonalismos.
Antonio Jutglar —a quien se deben los estudios más completos sobre la figura y la obra del gran hombre catalán— ha hecho notar que el fracaso de Pi llevó aparejado el del propio federalismo.
«Cuanto más se analiza la realidad federalista española —escribe Jutglar— más se comprueba que su consistencia, organización y animación han estado unidas, de hecho, al nombre y a la figura de Pi y Margall».
Ahora bien, tal identificación ha resultado catastrófica para la aceptación de las ideas federalistas en el Estado español. A los ojos de muchas personas el federalismo aparece tarado por las ideas panteÃstas y cientificistas, o —desde otro punto de vista— por el utopismo revolucionario de inspiración proudhoniana de don Francisco. Descrédito a la derecha; descrédito a la izquierda.
Hay que reconocer además que este ilustre hombre que era sin duda, un intelectual de talla, resultó al mismo tiempo un pésimo polÃtico. Desde la cartera de Gobernación y la presidencia del Gobierno no supo en absoluto llevar el timón del Estado y, en el momento más difÃcil, se vio desbordado por los acontecimientos. Puede decirse que desde aquel entonces no levantó cabeza la idea federalista en la polÃtica española.
Las dos fuerzas opuestas, el foralismo tradicional y el federalismo republicanos, coincidÃan en el fondo en la necesidad de dar al Estado una estructura autonomista. Pero ambos se miraban entre sà con enorme recelo y nunca llegaron a entenderse. La idea de una MonarquÃa federal, que hubiera podido asentarse en la tradición foral, nunca llegó a cuajar en el siglo XIX y, menos aún, en el XX. La derecha no supo o no quiso desarrollar esta idea que podÃa haber servido para evitar males ulteriores, harto conocidos de todos nosotros.
Y al final del cuento —Pi hundido, el foralismo acabado— terminó por imperar el igualitario y simplificador unitarismo jacobino que aún sigue mandando en las mentes de muchos polÃticos conservadores y también —a lo que parece— en las de la mayorÃa de los polÃticos socialistas.
Pi denunció el centralismo y la polÃtica anticatalanista de los gobiernos de Madrid, asà como la incomprensión de estos hacia esta clase de temas. (Efectivamente —y diga lo que quiera Savater— en Madrid no entienden estos temas, ni quieren entenderlos, ni saben tratarlos).
En la vÃspera misma del dÃa de su fallecimiento, en su último artÃculo dictado desde la cama, Pi y Margall escribió estas palabras cuasiproféticas: «Hoy en dÃa se sigue con Cataluña la misma conducta que se siguió con Cuba y Filipinas, lo cual significa evidencia que no somos capaces de escarmentar en cabeza propia».
A mi modesto juicio el único camino para superar los independentismos es el federalista. Sólo un Estado federal o confederal para España y una Europa supranacionalizada —la llamada Europa de los pueblos— podrÃan satisfacer de modo racional y pacÃfico las demandas de las nacionalidades reprimidas.
Apelar hoy al recuerdo de los desastres de la primera República para tratar asà de cerrar el paso a las ideas federalistas, no sólo es un error polÃtico sino un proceder altamente perjudicial para la paz.
No se puede —en efecto— condenar a los pueblos a vivir en permanente lucha. Deben buscarse vÃas de concordia entre los polos opuestos y el federalismo es una de ellas, y no la menos importante, por cierto.
Hora es esta de pensar y de revisar conceptos. La unidad todavÃa puede ser salvada sin violencia y con pleno respeto a los legÃtimos derechos y aspiraciones de los pueblos. Pero para eso harÃa falta que la vÃa federalista no fuese torpedeada al unÃsono por tirios y troyanos.
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