Carlos Santamaría y su obra escrita

 

¿Destruir para trascender?

 

El Diario Vasco, 1982-04-11

 

      Primera cuestión, antes de entrar en materia: ¿Qué entendemos aquí por trascender? En términos muy rudimentarios y elementales podemos convenir en que trascender significa un «ir o estar más allá de sí mismo»; un «sobrepasar los propios límites».

      Claro está que no se trata aquí de espacio ni de tiempo, sino de simples metáforas que han sido interpretadas de muy diferentes maneras por los filósofos.

      No pretendemos sin embargo hablar ahora de la trascendencia en sentido filosófico ni, menos aún, en sentido teológico, sino de hacerlo en términos vulgares, con los que todos estamos familiarizados.

      Dejamos pues reducida la necesidad de trascender a una especie de impulso vital o de sentimiento que nos empuja siempre a ser más de lo que somos, o un hacer más de lo que hacemos. Creo que algo de esto todo el mundo lo siente y que podemos partir de ahí sin grandes riesgos.

      Algunos pensadores más o menos agnósticos han insistido en valorizar la necesidad de trascender como un sustitutivo a un anticipativo de la esperanza religiosa propiamente dicha.

      Así, Erich Fromm: para él trascender significa crear vida.

      Â«El hombre —dice Fromm— puede crear vida, cualidad maravillosa que comparte con los demás seres vivos, pero con la diferencia de que él es el único que tiene conciencia de ser creado y de ser creador [...]. La mujer puede crear vida cuando da nacimiento a un niño y lo cuida hasta que pueda valerse por sí mismo. El hombre y la mujer pueden crear vida produciendo objetos nuevos, sembrando semillas, generando ideas, creando arte...».

      Y de otras infinitas maneras, nos permitiríamos añadir nosotros.

      Ahora bien, en medio de esta descripción que parece toda ella de color rosa, surge en la exposición de Fromm una idea terrible: la idea de que el hombre no sólo puede trascender creando vida sino también destruyéndola.

      Las palabras de Fromm son claras y contundentes: «Hay otra manera de satisfacer la necesidad de trascendencia. Si no puede crear vida, el hombre sí puede destruirla. Destruir vida también es trascenderla».

      Claro está que en este planteamiento Erich Fromm es fiel a la doctrina de uno de sus maestros preferidos, el gran Sigmund Freud, para el cual generación y muerte, Eros y Tanatos, no son fuerzas distintas sino manifestaciones de un solo y mismo instinto: el instinto de conservación.

      Pero nos resistimos a aceptar aquel planteamiento, en el cual, tanto el destruir como el construir, vienen a convertirse en formas simétricas y equipolentes del trascender.

      Resultaría de ahí —en efecto— que la mujer que da nacimiento y cuida al niño no trasciende más que la que aborta o lo suprime; que el inventor o el artista que tras miles de horas de trabajo logra la realización de una magnífica obra de arte o de ingenio, nos trasciende más que el activista revolucionario que la destruye en unos segundos.

      Ejemplo este último que —como no se le habrá ocultado al lector— tiene una directa aplicación en ésta nuestra sufrida Euskadi de hoy en la que constructores y destructores —todos creadores según Fromm— parece que se enfrentan en este momento. Unos queremos construir o reconstruir a Euskadi para salvarla, para que pueda ir más allá. Los otros quieren destruirla y, precisamente, para lo mismo —según dicen— para salvarla, para que trascienda.

      No aceptamos esta teoría. Destruir es aumentar la entropía, es decir, el desorden. Construir —en cambio— es disminuir la entropía, es decir aumentar el orden. Pero como quiera que el desorden tiene muchísimas más probabilidades que el orden, el primero se produce siempre por sí solo. Mientras que para crear orden hay que trabajar, hay que pensar, hay que inventar.

      En una palabra: hay que trascender, pero de verdad.

 

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