Carlos Santamaría y su obra escrita
Los derechos y los pueblos
El Diario Vasco, 1982-03-28
En las discusiones Este-Oeste hay un tema de fondo que juega un papel de la mayor importancia: la diferente interpretación que los ideólogos de uno y otro campo dan a los derechos del hombre.
Para un demócrata occidental, el régimen polaco —como cualquier otro régimen comunista— es condenable porque en él no se respetan determinadas libertades y derechos, reconocidos en las declaraciones y pactos internacionales: libertades de expresión, reunión y asociación, definidas por los artÃculos 19 y 20 de la declaración universal; derecho del ciudadano a la libre circulación en su propio Estado y a través de las fronteras del mismo (artÃculo 13; garantÃas procesales y penales (artÃculos 10 y 11), etcétera.
En cambio, un ideólogo del Este afirmará que los verdaderamente condenables desde el punto de vista de los derechos humanos no son los paÃses socialistas, sino los paÃses capitalistas.
¿Por qué lo son? Simplemente porque hacen suyo un orden económico internacional injusto, que pone en manos de unas pocas potencias la mayor parte de los bienes de la humanidad, reduciendo asà a otros muchos pueblos a vivir una situación de pobreza, hambre, incultura y sub-desarrollo en la que ni siquiera tiene ya sentido el querer hablar de derechos humanos.
En tanto no se reconozca el derecho de los pueblos al desarrollo, a la justa distribución de las riquezas del mundo, a la independencia económica y a una efectiva independencia polÃtica y cultural, no habrá medio de garantizar a los ciudadanos de esos pueblos un verdadero sistema de derechos y libertades.
Hay en esta argumentación una gran parte de verdad, aunque la mayorÃa de los gobernantes de los paÃses poderosos no lo quieran reconocer.
Sólo un pueblo libre puede asegurar verdaderos derechos a sus ciudadanos. O —dicho sea de otra manera— de nada le sirve a un hombre, el ser ciudadano libre dentro de un Estado esclavo.
Los verdaderos derechos del hombre no son sólo las libertades elementales proclamadas por la declaración de 1789, algunas de las cuales hemos citado antes, sino otros derechos de nivel más elevado que la Revolución francesa desconoció.
Nos referimos a los derechos sociales, económicos y culturales, que se introducen por el pacto internacional del 48.
Ahora bien, es en esta otra gama de derechos en la que los paÃses del tercer mundo ponen principalmente el acento y la protesta.
Como consecuencia de su situación de sub-desarrollo, estos paÃses miserables se ven en la imposibilidad de garantizar tales derechos a sus ciudadanos: el derecho al trabajo y a la libre elección del mismo (artÃculo 23 de la Declaración); el derecho a la sanidad, a los cuidados médicos, al alimento, a la vivienda, a la seguridad en caso de invalidez o paro (artÃculo 25); el derecho a la educación gratuita, al menos al de nivel elemental (artÃculo 26); el derecho a la cultura (artÃculo 27), etcétera.
¿De qué le vale a un hombre que se le reconozca, por ejemplo el derecho de expresión, si ya no tiene nada que expresar, puesto que está exánime y a punto de morirse de hambre?
Se hablan aquà dos lenguajes distintos o más bien se aplican dos tipos de prioridades diferentes. Lo que para el occidental de la abundancia parece ser lo más importante —las libertades básicas— para el subdesarrollo ocupa más bien un segundo o tercer lugar.
Esta idea se expresa perfectamente en el número 151 de la revista Impact, de los Jesuitas franceses, dedicada al tema de los derechos del hombre.
«Cuando en la ONU se dialoga sobre los derechos humanos, los representantes de los paÃses ricos dicen: «hablemos de libertades». A lo que los representantes de los paÃses pobres contestan: «hablemos de pobreza».
Esta oposición se ha reflejado muchas veces en las sesiones de la ONU y de la Comisión de derechos. Asà —por ejemplo— cuando en el año 80 se discutió el caso Sakharov, parece ser que un delegado de un paÃs del Este exclamó: «Se preocupan por la limitación relativa de la libertad de un solo hombre y no lo hacen, en cambio, por la situación de millones y millones de niños que mueren de hambre en la América central, en la India o en el continente africano, por culpa del imperialismo económico de las grandes potencias».
Derechos del hombre, cierto. Pero quizás a la vez que esto, o antes que esto, derechos de los pueblos. Es esta la tercera etapa de un largo camino en el que la Humanidad ha ido avanzando poco a poco desde 1789.
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