Carlos Santamaría y su obra escrita
Sobre el «espÃritu de cuerpo»
El Diario Vasco, 1981-06-28
Hace unos meses publiqué en esta misma columna un «aspecto» titulado: «Los enarcas y las autonomÃas».
Entre otras cosas, aludÃa yo en este texto, aunque sólo fuese de pasada, al celo desmedido que algunas veces suelen mostrar los Cuerpos de la Administración en la defensa de sus «feudos» y del derecho y el prestigio de sus miembros.
La publicación de este artÃculo me valió —por cierto— una réplica, un tanto airada —en la sección «Cartas», de este periódico— de un funcionario de Barcelona, el señor Salvador Rebés quien habÃa visto en mi exposición una «lamentable exhibición de malas maneras». Un diálogo reposado hubiera bastado, quizás, para fijar los conceptos y deshacer los equÃvocos entre ambos interlocutores. Pero —evidentemente— esta conversación no podÃa realizarse a través de réplicas y contra-réplicas periodÃsticas, y asà quedó la cosa.
Sea de ello lo que quiera, un reciente artÃculo del doctor Castilla del Pino, en «El PaÃs», titulado precisamente: «El espÃritu de cuerpo», me permite volver sobre un aspecto muy particular de la cuestión aludida.
¿Qué es, en definitiva, el espÃritu de cuerpo?
El espÃritu de cuerpo consiste por de pronto en querer mantener por encima de todo, el prestigio de la institución o del cuerpo al que se pertenece, estableciendo —como un postulado— la afirmación de que los miembros del mismo son, en su totalidad, indefectibles.
Es evidente que el prestigio de una colectividad no puede quedar condicionado al del de todos y cada uno de sus miembros.
EstadÃsticamente hablando —viene a decir Castilla del Pino— esta perfección es imposible. El hecho de que un individuo de la misma resulte ser ladrón o criminal, no quiere decir que la colectividad pueda ser condenada, como tal.
«En lugar del desgarro de la epidermis en farisaica actitud de escándalo —escribe Carlos Castilla del Pino— cuando nos informamos de que un médico, obispo, juez, guardia civil, presidente de Gobierno o peón caminero, transgrede una norma cÃvica» esto no debe conducirnos a negar el hecho, ni a lanzar por delante la afirmación de que «tal cosa es imposible»; sino a reconocer la realidad como se presente. Si el hecho «ha ocurrido de verdad, se ha de tratar de conocer y de juzgar. Y punto».
El procesamiento, que acaba ahora mismo de producirse, de varios guardias civiles por el horrible suceso de AlmerÃa, hace actuales y oportunÃsimas consideraciones del género de las que hemos expuesto en las lÃneas anteriores.
Para varios millones de ciudadanos esta medida judicial habrá supuesto un alivio, algo asà como si se nos hubiese quitado un peso moral de encima, porque la verdad es, de suyo, liberadora y ahora parece que, en este asunto al menos, se va seriamente en busca de ella, por encima de todos los malos espÃritus de cuerpo que hubieran podido interponerse.
No creo, por otra parte, que el espÃritu de cuerpo sea siempre y necesariamente «una actitud defensiva y cÃvicamente inmoral».
Frente al falso espÃritu de cuerpo existe —a mi modesto entender— la posibilidad de un verdadero espÃritu de cuerpo.
La autocrÃtica ¡santa palabra! el imperio de la verdad, caiga quien caiga; el propósito constante de reforma y de adaptación a los tiempos y situaciones, y un constante esfuerzo de modernización, pueden y deben ser factores de un positivo y genuino espÃritu de cuerpo.
Aun queda mucho por andar en este camino si queremos que la actual endeble democracia pueda de verdad cuajar en un régimen sólido y duradero.
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