Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Droga y sociedad

 

El Diario Vasco, 1980-12-21

 

      Hace unos meses intentamos abordar en esta misma columna el tema de la droga; pero —a decir verdad— de un modo sumamente incompleto y exclusivamente desde un punto de mira que pudiéramos llamar subjetivista.

      Ahora bien, el problema de la droga no es solamente una cuestión de la conducta individual, sino también y de modo primordial una gravísima cuestión social de nuestro tiempo.

      Lo es, en primer término, porque la nueva y extensa difusión de los opiáceos en los medios jóvenes obliga a la sociedad a cargar con un montón de problemas —asistenciales, jurídicos, sanitarios, policiales, educativos, etcétera— para los cuales está muy mal preparada, o no lo está en absoluto.

      Pero, como veremos en seguida, hay otra razón más sustancial para considerar la «drogancia» como un tema social.

      La utilización de los estupefacientes para la obtención de placer es algo muy conocido desde hace miles de años, y nadie va a descubrirlo ahora. Pero, ¿por qué aparece actualmente con un problema nuevo, un problema frontal, de nuestras sociedades democráticas?

      Es evidente que la idea de una reorganización del mercado importador de drogas orientales, no basta —ni mucho menos—, para explicar la novedad del fenómeno. Hay que buscar causas más profundas y directas al respecto.

      Se ha dicho recientemente que cada sociedad segrega sus propias toxicomanías. Para muchos observadores la aparición del problema de la droga como fenómeno social extenso, no es sino un producto del momento actual de nuestra civilización. Momento singular de indefinición y de indeterminación, que la humanidad está viviendo ahora en muchos aspectos.

      A partir de los años sesenta —otros hablan del sesenta y ocho, como año crítico— aparece la droga como problema de la juventud. Piensan algunos que ese fenómeno va unido al universo «rock» y a la «contracultura» joven de aquellos años. Puede que esto sea cierto, pero habría que probarlo.

      En otras épocas la toxicomanía era una práctica que afectaba a zonas y capas sociales bien definidas, económica, social y culturalmente. Los consumidores de droga eran, casi exclusivamente, burgueses en situación de ruptura social. Los marxistas veían, en éste y otros fenómenos análogos, un signo de decrepitud y de autodestrucción de la sociedad capitalista.

      En el momento actual, y sin que hayan desaparecido sus viejas formas, la toxicomanía aparece como un fenómeno de la juventud, que afecta también a proletarios e hijos de proletarios.

      Muchos jóvenes, aunque no sean drogadictos, defienden el uso de la droga como una forma del «derecho al placer», como un signo generacional de libertad y de modernidad dentro de la «irrenunciable oposición» jóvenes/adultos.

      Lo que la mayoría de los jóvenes quieren es libertad para plantearse sus propios problemas y resolverlos a su manera, sin que se interfiera la generación precedente.

      Â«El café, el alcohol, el tabaco, son auténticos venenos, más perniciosos quizás que el hachís y otros derivados de la caña india y sin embargo las generaciones anteriores legitimaron su utilización pública, como algo válido y provechoso. ¿Con qué derecho los mayores nos impedirán a nosotros que hagamos nuestras propias experiencias y discriminaciones?». Este modo de presentar el problema está relativamente extendido en los medios juveniles y —por desgracia— cada vez más jóvenes.

      El tema que tratamos es polimórfico. Apenas nos asomamos a él nos encontramos con interrogantes difíciles de resolver. Procuraremos plantear estas preguntas en futuros artículos. Una por una y en su verdadera dimensión. Es decir sin crispaciones. Pero ello requerirá tiempo, para no cansar ni aburrir al lector.

      Lo cual —evidentemente— es deber fundamental de todo escritor medianamente consciente de sus papel.

 

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