Carlos Santamaría y su obra escrita
Sobre el nominalismo
El Diario Vasco, 1980-12-14
El llamado «Estado de las autonomÃas» es una gran máquina teórica que no acaba de ponerse en marcha, es decir, que aún pertenece al dominio de los proyectos y de las ideas, más que al de las realidades.
La alta Administración se resiste; los Poderes fácticos se interrogan; la opinión reaccionaria hace como que se conmueve; los polÃticos que tienen en su mano el timón de la nave no se deciden a pasar el Rubicón de las autonomÃas.
Pocas semanas antes de morir, JoaquÃn Garrigues hizo unas declaraciones a una revista poco conocida en la que, con su acostumbrada sinceridad, revelaba el fondo del asunto.
«Hablando con absoluta franqueza —decÃa el señor Garrigues— tengo dudas, no sólo de mi partido, sino de todos los partidos nacionales, de si cuando se declaran autonómicos lo son realmente. Se están arbitrando fórmulas jurÃdicas para las autonomÃas cuando a mà me consta que muchÃsimos hombres de UCD, del PSOE, del PCE y de CD, rechazan en el fondo de su alma el Estado autonómico y no aceptan el hecho de que haya un traslado de poder hacia las comunidades autónomas dentro de la unidad de España».
Interpretando estas palabras pienso que la polÃtica dilatoria que hasta ahora ha venido siguiendo el presidente Suárez en el asunto de las autonomÃas, no ha sido simplemente una táctica, sino el resultado de una situación de indecisión y de falta de convencimiento o de fe en el Estado de autonomÃa por parte de los mismos que a un momento dado lo habÃan lanzado a la circulación.
Ahora bien, como manifestaba el propio JoaquÃn Garrigues, la cosa no puede esperar ya más tiempo. «Si los polÃticos y el aparato de la Administración se resisten es preciso trasladar a la opinión pública una voluntad inequÃvoca de que vamos a ese modelo de Estado.
La Alta Administración ha conservado constantemente la esperanza a lo largo de este perÃodo de que el cambio se reducirÃa a unas cuantas reformas administrativas epidérmicas más aparentes que reales. BastarÃan algunas nuevas denominaciones para dar a la gente la impresión de que el Estado centralista se habÃa transformado en un nuevo y flamante Estado de autonomÃas.
Esto es lo que yo llamo aquà nominalismo. Y sobre este aspecto de la cuestión tengo experiencias personales, de la época en que desempeñé la ConsejerÃa de Educación, que no me dejan lugar a dudas.
En cuanto a los polÃticos, el periódico «El PaÃs» escribÃa hace unos dÃas en un editorial dedicado a la ley de AutonomÃa Universitaria «¿qué caricatura de Estado de autonomÃas estarán imaginando nuestros polÃticos cuando algo tan elemental como las transferencias educativas de la enseñanza superior les hace sudar sangre?».
Una vez más nos encontramos con que se querrÃa quizás llamar AutonomÃa a algo que no lo fuese más que por el forro.
De hecho esta tendencia al nominalismo, el régimen actual la ha heredado del precedente. Durante el franquismo parecÃa, en efecto, que bastaba con cambiar de nombre a las cosas para que estas cambiasen en la realidad. Asà —por no citar más que un solo ejemplo entre mil— cuando en el año 47 el Estado español fue definido como «Reino» hubo muchas personas que creyeron que la deseada evolución era ya una realidad, cuando en sustancia nada habÃa cambiado, todo seguÃa igual».
Hay algo que creo que debe quedar claro: habrá o no habrá concierto económico; pero lo que no se puede hacer en modo alguno es llamar concierto económico a algo que no lo sea por haber perdido sustancia de tal.
A fuer de optimista inveterado creo que también en este sentido el viaje del presidente a Euskadi habrá sido útil y que pronto rendirá sus frutos.
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