Carlos Santamaría y su obra escrita

 

El humanismo integral de Jacques Maritain

 

Escuela de Teología para Seglares, 1969-12

 

      Harvey Cox es una de las figuras de lo que se ha llamado la «teología de la muerte de Dios», junto a Bonhoeffer, Robinson, Vahanian etc.

      La denominación «la muerte de Dios» fue introducida en 1960 por el Dr. Gabriel Vahanian. Expresión feliz o infeliz, corresponde a una situación y a una problemática contemporáneas. En realidad como frase es mucho más antigua, puesto que Nietzsche la pone en boca de uno de sus personajes de Zaratustra, en el capítulo, que significativamente titula «Retirado del servicio» (Dios es precisamente ese «retirado del servicio»). «Ese viejo Dios ha muerto, bien muerto está». También Sartre había anunciado esa misma palabra en los «Entretiens» de Ginebra: «Messieurs, Dieu est mort».

      Maritain había evocado la frase de Nietzsche en su famosa conferencia de Santander, de hace treinta y cinco años, «Problemas espirituales y temporales de una Nueva Cristiandad» como tercer momento de la dialéctica humanista. Notemos que en este tercer momento se producen al mismo tiempo la «muerte de Dios» y «la muerte del hombre» o, por lo menos «la muerte de la persona».

      La idea del hombre individual, ser libre, destinado a un fin propio, trascendente y dotado de una originalidad intransferible, muere a manos del colectivismo ateo. El hombre singular es cruelmente sacrificado a la especie. El ateismo no sólo niega a Dios, sino también al hombre-persona. «No es la conciencia del hombre lo que determina su existencia sino su existencia social lo que determina su conciencia» dice una frase bien conocida de Marx. Y para Foucault y los estructuralistas también ha muerto la personal. «Je n'existe pas... Je suis fait de mots, des mots des autres» exclama un personaje de Samuel Beckett.

      Harvey Cox es uno de esos teólogos de la muerte de Dios que no son hombres antireligiosos sino, al contrario, hombres auténticamente religiosos y que se plantean la cuestión de cómo se puede seguir, siendo religioso en un mundo como este, en una sociedad que «no necesita» a Dios.

      En todo el mundo la Sociedad se ha secularizado. El mundo «pro-fano» es decir exterior al templo, a la Iglesia, se ha independizado, se ha hecho autónomo. Al parecer no necesita a Dios, ni la idea de Dios, para llevar a cabo sus empresas.

      Cox describe este tipo de Sociedad de los grandes centros urbanos: no hay en ellos prácticamente nada que recuerde a Dios o que lo exija. Al mismo tiempo, haciendo constar este hecho terrible, Cox señala un peligro el secularismo. Cuando el hecho de la secularización se transforma en ideología, cuando se erige como una nueva religión, constituye un gran mal. Secularismo y secularización son dos cosas distintas. El secularismo es una ideología que parte de la secularización como de un hecho irreversible, de valor absoluto. La secularización es un fenómeno histórico, o un horizonte histórico, que puede ser interpretado y afrontado de diversas maneras.

      Las ideas de Maritain se anticipan en varias décadas a las de Cox. Quienes hayan leído el «humanismo integral» de Maritain no se sentirán extrañados por la «Ciudad secular» de Cox. Desde 1940 a 1960 aparecen, sin embargo, en todo el mundo de habla hispánica, contradictores de Maritain que le acusan, mas o menos ferozmente, de modernista.

      Hoy, en cambio, el autor de «Le paysan de la Garonne» es considerado como «reaccionario» por mucho. El Concilio ha consagrado algunas de sus tesis más controvertidas como la de la libertad religiosa, y su ortodoxia está fuera de duda, en realidad nunca pudo legítimamente dudarse de ella.

      En «Humanismo integral», Maritain hace el análisis del largo proceso de secularización que desde la Edad Media llega hasta nuestros días. A lo largo de este proceso se realiza el transito de un humanismo teocéntrico a un humanismo antropocéntrico. En la concepción medieval, todo-cultura, organización social y política, ética de la conducta individual, jerarquización de clases sociales, relaciones económicas etc. —se centra, en principio, en la idea de de Dios y de la Redención. En el humanismo moderno— el humanismo antropológico, el hombre es el centro del hombre, el centro del universo humano.

      Juega en este periodo una dialéctica entre dos principios que aparecen como opuestos: ciclo-tierra; inmanencia-trascendencia; felicidad eterna-felicidad terrestre. A medida que el uno va avanzando parece que el otro va retrocediendo. A medida que el hombre va confiando en si mismo, parece que va perdiendo interés en la idea de Dios. El mundo va perdiendo su carácter sacral y adquiriendo un carácter profano.

      Maritain analiza este movimiento a partir de la Reforma y del Renacimiento. La Reforma parte del pesimismo agustiniano llevado al extremo. Desde este punto de vista el hombre aparece aniquilado por el pecado y aplastado por Dios. Esta visión aterradora de la grandeza de Dios y de la miseria del hombre, que el jansonismo recogerá, produce un efecto paradójico. Puesto que el hombre no vale para el cielo, tendrá que valer para la tierra. La consecuencia es que los hombres se sienten más atraídos hacia los negocios terrenos. El hombre empieza a desentenderse de lo divino.

      El proceso de la profanización del mundo será largo. Tendrá, como todo proceso histórico, una significación ambivalente —lo bueno y lo malo entreverándose— Maritain no condena este proceso. Ve en él enormes valores. Maritain defiende un género de humanismo que asume todo lo que de positivo puede encerrar ese mismo proceso. Es el humanismo integral.

      Describe el proceso en los siglos XVI y XVII, época en la que la razón empieza a caminar sola. Las ideas medievales son mantenidas, en parte, por inercia y, en parte, por interés político. En los siglos XVIII y XIX la razón continúa avanzando y alcanza un grado alto de optimismo. Es el momento del optimismo racionalista burgués que oculta una odiosa masa de terrible miseria. Dios queda reducido a un ente de razón, el Dios de los deístas, que en realidad ya no juega ningún papel, ninguna función inmanente en la vida. En el tercer momento, la época a partir de Marx, el hombre no reconoce otro guia que su propia razón o su propia ciencia. El fin del hombre se cifra en la humanidad y en lo humano, pero el mundo ha de ser trasformado, desalienado, para que el hombre pueda ser integralmente hombre. El ateismo marxista tiene pues un carácter dialéctico, pretende transformar el mundo. La idea de Dios queda totalmente fuera de la circulación. Este es lo que Maritain llama la «Tragedia de Dios». En la época de los deístas Dios no era nada más que una Idea. En el tercer momento, el momento actual del ateismo científico, y sobre todo, del ateismo marxista, Dios desaparece del horizonte de la Ciencia y de la Cultura. Es el tiempo de la «muerte de Dios».

      Â¿A dónde nos lleva este tiempo? ¿A la sociedad divinizada?

      Â¿A un panteísmo de la ciudad? ¿A la sociedad unidimensional de que nos habla Marcuse?

      Al llegar a la sociedad actual tenemos que ver de que manera se puede seguir siendo cristiano. Este es el problema que se plantea Maritain y el mismo que, de modo evidentemente distinto, se plantea Harvey Cox.

 

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