Carlos Santamaría y su obra escrita
Acontecimientos franceses
El Diario Vasco, 1968-06-02
La verdadera batalla que se está librando en Francia no es la de los salarios, ni la de De Gaulle contra los huelguistas ocupantes de las fábricas, sino la que se ha entablado en el interior mismo de la masa obrera entre «economistas» y revolucionarios.
En la terminologÃa leninista de los años 95 los «economistas» representaban la tendencia del sector obrero que sólo querÃa obtener mejoras económicas y laborales, al margen de todo intento de acción polÃtica revolucionaria. Los «economistas» se proponÃan pues una lucha meramente profesional: aumentos en los salarios, mejoras en la seguridad social y en las condiciones de trabajo.
Lenin considera esta reacción como primaria o espontánea. Asà lo expone en su famoso libro «¿Qué hacer?». En la postura economista el obrero actúa como un comerciante: trata simplemente de «vender sus fuerzas de trabajo en las condiciones más ventajosas». Se revela en esto como un burgués frustrado. «El movimiento obrero espontáneo —escribe Lenin— no puede engendrar más que el trade-unionismo; pero la polÃtica trade-unionista es precisamente la polÃtica burguesa de la clase obrera».
En el caso de Francia, la revuelta fue lanzada por los estudiantes con fines más o menos directamente revolucionarios. En un segundo tiempo los obreros se sumaron a ella, de modo espontáneo, movidos por su instinto social o por una necesidad casi fÃsica de explotar. No tardó sin embargo en surgir la tendencia economÃstica entre los obreros, representada, en este caso, por el «buen sentido burgués», tan caracterÃstico del obrero francés. Los obreros empezaron entonces a decir que ellos no tenÃan nada que ver con los estudiantes; que éstos no eran más que unos revoltosos «amateurs» y que no hacÃan otra cosa que complicar las cosas. Recusaron pues a los jóvenes intelectuales, lo mismo que habÃa ocurrido en 1905, en Rusia, al constituirse las organizaciones puramente obreristas con fines exclusivamente profesionales. (Fue lo que se llamó, por ejemplo, la «Organización obrera de San Petesburgo).
Pero en un cuarto tiempo —siempre según mi interpretación de los hechos— ha surgido ya la tendencia revolucionaria en la base de los sindicatos y los obreros se han negado a aceptar el acuerdo con el Gobierno lanzándose al propósito, mucho más atrevido, de derribar el sistema, con lo cual vuelven a restablecer el contacto con los estudiantes.
En este momento en Francia los «economistas» son los mejores aliados del Gobierno. Aun sin saberlo ellos mismos, sirven los intereses del sistema y el Gobierno hará todo lo imaginable para darles satisfacción.
Si las negociaciones hubieran prosperado, los obreros habrÃan logrado inmediatamente grandes mejoras; pero el mango de la sartén polÃtico-económica hubiera seguido estando en manos ajenas a ellos. Lo que hubiera sido más tarde de tales mejoras, nadie lo sabe, pero lo más probable es que hubiesen quedado absorbidas y anuladas por el mecanismo económico.
Pompidou ha hecho ya ofrecimientos de mejoras sensacionales, pese al desacuerdo surgido en la base, y los hará aún mayores, con tal de frenar el impulso revolucionario. Este es el canto de la sirena con que una vez más las clases dirigentes procurarán adormecer a la «fiera».
La clase patronal apoyará con vigor esta polÃtica, pese a los esfuerzos que va a exigirle, porque esta es la única manera que tiene de impedir que el poder económico se le escape de las manos. En cambio, la acción de los revolucionarios deberá tender a evitar que el sistema logre encandilar a los obreros con sus nuevas sorpresas. Juego complicado y equÃvoco por ambas partes.
Nadie puede saber cuál de las dos tendencias triunfará. Si el «economismo» sale victorioso, las aguas sociales volverán, más o menos, a su cauce. Si, por el contrario, la voluntad revolucionaria se impone, quizás asistamos a la implantación de unas estructuras socialistas, tal vez a la manera yugoeslava, sin un exceso de violencia y sin guerra civil. Esto es lo que habrá de verse en los meses próximos.
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