Carlos Santamaría y su obra escrita
El volar de las moscas
El Diario Vasco, 1968-02-18
La frase fluye fácil cuando no anda por medio la tiranÃa del concepto. La sujeción al dato, la subordinación a la idea, estorban la espontaneidad del discurso. Hablar sin tener nada que decir, supremo placer de reyes poetas.
Hace tiempo que no practicamos en este rincón del periódico el noble deporte de la introspección. Y hay quien nos lo echa en cara. ¡Aquellos grandes paseos por las orillas del lago interior que antes solÃamos darnos con cierta frecuencia! A esto le llaman algunos «filosofar» cuando, en realidad, es la cosa más opuesta a la auténtica filosofÃa, la cual no consiste sino en pura disciplina y rigurosidad mental.
Pero ahora estamos demasiado ocupados. Siempre tenemos algo que decir, siempre tenemos un tema que hace referencia al mundo exterior, al tiempo, a la historia, al quehacer polÃtico. Esto, naturalmente, da mucho trabajo. Hay que buscar datos, compulsar cifras, fijar conceptos. Incluso a veces hay que mirar al diccionario. ¡Figúrense ustedes que desagradable!
Ni siquiera puede uno decir lo que se le ocurre.
Hoy me viene a la cabeza —una vez más, después de millares de veces— una idea que me ha acompañado toda la vida. Es, según creo, una frase de Nietzsche que dice simplemente asÃ: «Todo placer requiere eternidad».
Sin duda el tiempo está hecho de pura relatividad. La trama del tiempo es relación, sucesión de ser y no ser. Está claro que, en lo absoluto, el tiempo no puede existir. El tiempo es sucesión de accidentes.
Imposible un verdadero placer sin absolutez. Pero no tenemos absolutez.
Tenemos, a veces, la sensación de avanzar hacia alguna parte. Pero, miradas las cosas con sinceridad, al ras de nuestras vidas, la verdad es que no hay en ellas nada que nos dé una mayor seguridad.
Nuestras vidas se parecen al vuelo de las moscas. Si ustedes se han fijado alguna vez habrán comprobado que las moscas vuelan a una velocidad fantástica en relación con su pequeña masa. Vuelan, pero no van a ninguna parte. Las aves en cambio dan una impresión de continuidad, parece como si se dirigieran a algún sitio, e incluso se dirigen. La veleidad de la mosca es infinita. Apenas se han lanzado en una dirección, cortan, brusca, inopinadamente, su trayectoria y adopta otro rumbo distinto y aún opuesto. Vuela siempre en zig-zag. Llaman la atención estos bruscos y terribles cambios de dirección en el vuelo de la mosca. Incluso mecánicamente hablando, suponen una genialidad.
Los movimientos del león dentro de la jaula también producen una horrible sensación de claustrofobia. Da diez veces, cien veces seguidas la misma vuelta a la cabeza, inicia el mismo paso, imprime a la pata el mismo movimiento.
Este moverse sin cambiar de sitio es la gran pesadilla. Nos hacemos la ilusión de construir algo. Pero, ¿es esto cierto? ¿Vamos a alguna parte? Y si no vamos a parte alguna, ¿no son nuestras vidas la cosa más parecida al volar de las moscas?
Todo placer requiere eternidad. La razón raciocinante no encuentra sino la muerte. Solo una voz exógena nos ofrece la indispensable eternidad. Esa voz es la fe, entendida esta palabra en su sentido más generoso y ecuménico, como la certeza de una trascendencia. Pero la fe no trata de explicar, tampoco puede explicar, nos deja en la oscuridad. Y, humanamente hablando, en la desolación.
Acertar a vivir el vuelo de la mosca, el interminable zig-zag de la vida, ahora hacia aquÃ, en seguida hacia allá, siempre con el espÃritu del hombre vivo. Es el espÃritu, es la fe en lo absoluto, lo único que puede proporcionar verdadero placer. Placer que ya no es placer, sino algo más parecido a un dolor gozoso.
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