Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La escuela y el vascuence

 

El Diario Vasco, 1967-09-17

 

      Hace todavía poco tiempo alguien se echaba las manos a la cabeza al leer en un periódico la noticia de que el noventa por ciento de los vasco-parlantes son analfabetos.

      La noticia dada de esta manera podía parecer insólita, increíble. Y en efecto lo sería, si no se la interpretase adecuadamente.

      El hecho es que la mayoría de los «euskaldunak» no han aprendido jamás a leer y escribir en vascuence —seguramente porque nadie se lo ha enseñado— y que son por tanto analfabetos en su propia lengua materna.

      Sin embargo, el alfabeto castellano y el alfabeto vasco son prácticamente el mismo y el esfuerzo que un vasco-parlante necesita para ponerse al corriente en la escritura del idioma vasco, una vez que ya lo ha hecho en una lengua romance, es sumamente pequeño.

      No se comprende, pues, cómo se ha podido llegar a esta situación, si no es por la incuria de unos y el desafecto de otros hacia la vieja y venerable lengua.

      De todas maneras, este tipo de ignorancia resulta, desde el punto de vista cultural y humano un poco monstruoso. Es una de esas reliquias del pasado que conviene borrar lo más rápidamente posible.

      Toda persona culta sabe que en una época como la nuestra una lengua no puede permanecer viva si no cabe considerarla como vehículo de expresión y de comunicación escrita.

      La Academia de la Lengua Vasca está preparando cursos de eusko-alfabetización, destinados naturalmente a vasco-parlantes y todo hace suponer que este esfuerzo dará lugar a un gran avance.

      Pero esto no basta. El vascuence debe entrar de alguna manera en la Escuela y debe incluso entrar con todos los honores, como corresponde a un idioma de su categoría ancestral.

      En nuestro país hemos llegado a un nivel de cultura y de desarrollo dentro del cual, el mantener el vascuence en una radical situación de inferioridad respecto de las lenguas cultas, equivaldría a condenarlo a muerte. Y esto no hay nadie que lo desee, o, por lo menos, nadie que se decida a expresar públicamente semejante mortífero deseo.

      A mi juicio no hay término medio. O el vascuence escrito se enseña en la Escuela o el vascuence oral morirá pronto.

      Claro está que el asunto ofrece múltiples dificultades prácticas, pero no son tantas como pudiera parecer a primera vista, si existe buena voluntad y un mínimo de comprensión por parte de todos.

      Los pasos que se den han de ser realistas, modestos, con un enorme sentido de eficacia. El niño no debe salir perjudicado nunca. La posesión del vascuence, hablado y escrito, no debe constituir para él en ningún caso una rémora o un obstáculo en la vida.

      Yo soy de los convencidos de que tal cosa puede lograrse, pero hay que proceder con extraordinario tacto. La pedagogía es quizás la más sublime y difícil de todas las artes.

      La anterior afirmación, que es una verdad como un templo, no suele reconocerla la gente, que menosprecia al maestro. No suele reconocerla la sociedad, que relega al maestro a un puesto más bien secundario dentro de la jerarquía social. (Uno de los mayores males de la sociedad española).

      Para lograr la alfabetización vasca se requiere imprescindiblemente la colaboración de los maestros, sobre todo la de los maestros nacionales. Ya mayoría de ellos, aunque no conozcan el idioma vasco, tienen sensibilidad humana e intelectual más que sobrada para comprender la importancia de este problema, en el que van entrañados grandes valores humanos.

      Existe la impresión de que el Ministerio de Educación se halla en el momento actual en la mejor disposición respecto de este asunto. Lo que se trata ahora es de estudiarlo a fin de poder llegar a soluciones técnicamente correctas y pedagógicamente irreprochables.

 

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