Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Cam y Jaffet

 

El Diario Vasco, 1967-08-27

 

      El problema de los negros americanos se radicaliza de día en día.

      Está claro que la «integración» no sólo no acaba de poner en marcha, sino que va perdiendo terreno en la opinión americana blanca y negra. Se va perdiendo la esperanza de que por ese medio pueda llegarse a una solución efectiva del problema.

      Entre los blancos se extiende cada vez más la idea de que «se ha querido corres demasiado» y que hacer «concesiones» a los negros equivale a empeorar la situación. Es una idea odiosa y equivocada, que debe ser cargada en la cuenta de la eterna inconsciencia de las clases dominantes.

      Pero el hecho es que la idea regresiva está ahí y funciona.

      Una encuesta del Instituto Gallup realizada en febrero de 1964 daba un 30 por ciento de respuestas que afirmaban que el proceso de integración iba «demasiado deprisa». En julio de 1966 la misma encuesta daba 46 por ciento de respuestas favorables al «frenaje» de la integración. En septiembre del mismo año el porcentaje era del 52 por ciento. Después de los últimos acontecimientos, el número de los ciudadanos blancos que consideran peligroso el ritmo de la integración ha debido de crecer enormemente.

      Por el lado negro cunde la desesperanza y con ella la desesperación. Las posturas se endurecen rápidamente y esto no tiene nada de extraño ante la incomprensión y las sistemáticas dilaciones de ciertas autoridades blancas.

      Es sintomático, por ejemplo, el cambio de postura de la comisión coordinadora de los estudiantes no violentos, la cual está a punto de pasarse al terreno de la acción revolucionaria.

      Por su parte, el pastor King, que nunca fue un pacifista ingenuo, empieza ahora a definirse de modo más concreto en favor de una «negridad» consciente y de un «poder espiritual negro» que difícilmente puede aceptar su disolución dentro de una comunidad gris.

      Seguramente tienen razón los que piensan que la integración es la única solución razonable lógica y justa del problema negro-americano. Pero la razón, la lógica y la justicia no son los únicos ingredientes de la Historia. Tienen, sin duda, alguna parte en ella; pero hay otros mucho más enérgicos que, lejos de ser dominados por el hombre colectivo, lo arrastran contra toda lógica a donde no quisiera ir.

      Debe reconocerse el hecho de que los instintos raciales y otros instintos colectivos, no menos irracionales, funcionan automáticamente y son fuerzas enormes y prácticamente indomables, como la misma energía del mar y las fuerzas volcánicas.

      El endurecimiento del problema negro va a llevar a los Estados Unidos a una situación de descomposición sociológica en la que ni los «missiles» ni las bombas nucleares podrán servirles para nada.

      Si los negros se deciden a adoptar, como lo están haciendo ya, las tácticas de la guerra revolucionaria —más o menos adaptada al caso— no se llegará a una guerra civil de estilo clásico, como lo fue la guerra de Secesión del siglo pasado, sino a un fenómeno de destrucción interior parecido a un quista maligno de proporciones gigantescas.

      El cáncer negro amenaza a la Federación americana y puede contribuir a cambiar, de modo mucho más importante de lo que se cree, el rumo de la Historia.

      Estas afirmaciones anticipacionistas parecerán acaso exageradas a más de un lector.

      Al fin y al cabo, la idea de que el tiempo lo soluciona todo —idea clave del conformismo inmovilista— forma parte de la mentalidad típica del ciudadano de la ciudad alegre y confiada.

      Pero no deja de ser por eso una idea falsa, porque el tiempo no contribuye a solucionar algunos problemas, sino que los complica terriblemente.

 

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