Carlos Santamaría y su obra escrita
David y Goliath
El Diario Vasco, 1967-06-11
«¿Quien de vosotros, si quiere levantar una casa, no empieza por sentarse y ponerse a pensar en el gasto, para ver si tendrá con qué llegar hasta el final de la obra? Y si un rey se propone guerrear contra otro, ¿no comenzará por reunir su consejo y examinar si es capaz de hacer frente con diez mil hombres al que le ataca con veinte mil?».
No parece que el presidente Nasser se haya inspirado en esas cautelosas palabras del evangelio de San Lucas al tomar su fatal decisión de bloquear al golfo de Akaba. Ahora todos podrán aplicarle la frase de este mismo evangelio: «He aquà un hombre que habÃa echado los cimientos de un edificio y que ha sido incapaz de terminarlo».
La postura de Nasser resulta extraña: algo raro ha ocurrido ahÃ. Sin embargo, hay muchas más cosas de que sorprenderse en este asunto árabe-israelÃ, desde que se inició, al aprobar la Sociedad de Naciones, en 1922, la creación de un «Commonwealth» judÃo en Palestina.
Uno no sabe qué admirar más, si la astucia, la tenacidad, la inteligencia de los judÃos; la paciencia y la indolencia de los árabes, o el maquiavelismo de las grandes potencias, siempre moviéndose en función de sus intereses particulares del momento, sin perjuicio de faltar a las promesas y a las palabras dadas.
A la propia U.R.S.S., que ahora se coloca del lado de los árabes, ¿no la vemos flirtear con el joven Estado israelà en los años 40? Y la Inglaterra que lanza la declaración de Balfour, casi al mismo tiempo que hace promesas a los árabes, para conseguir que se subleven contra TurquÃa ¿no se desdice y se lanza de lleno a la polÃtica árabe en 1941?
¡Ah, la historia! ¡«Magister vitae»! Nadie será jamás capaz de hacer con ella geometrÃa lineal y axiomática.
Tras esta guerra fulminante habrá de llegarse ahora a la difÃcil paz, a la que es de suponer que los diplomáticos judÃos no muestren menor capacidad que sus compatriotas militares.
La idea de que se intentase ahogar a Israel cerrando sus comunicaciones con el mar Rojo, sin beneficio positivo para nadie, resultaba particularmente odiosa. No lo es menos la de que ahora se pretenda imponer a los árabes una paz vejatoria y onerosa. La experiencia ha probado ya, más que suficientemente, que un tratado de paz en el que se aplasta el adversario es la mejor semilla para una guerra futura.
A la vista de esta que ha parecido desigual contienda, y de su marco bÃblico, uno no puede menos de recordar la batalla de David y Goliath. Aquel bravucón filisteo, alto de seis codos y un «enpán», según el primer libro de Samuel, se parece al gigante árabe, ciertamente un poco fofo, frente a su pequeño y musculoso adversario. David ha sabido también colocar sus «cinco piedras bien alisadas, en el zurrón» y manejar su honda con prontitud.
Cuando yo era niño, mi maestro me explicó que habÃa una profecÃa contra el pueblo judÃo y que el reino de Israel no renacerÃa jamás; «fuego saldrÃa de la tierra para impedirlo si los judÃos intentaban reconstruir el templo», me explicó minuciosamente mi maestra. (Aún coleaba el asunto Dreyfus).
Ese Ãmpetu en trabajar y luchar y organizarse de los israelÃes en un contexto geográfico tan terriblemente adverso, es también algo como para extrañar a cualquiera.
Es evidente que los judÃos de hoy tienden a interpretar el mesianismo bÃblico en un sentido temporal o polÃtico. Siguen soñando con realizar una nueva Jerusalén en la que se cumplirán materialmente todas las promesas antiguas. «Se reconstruirán las ciudades devastadas; las montañas destilarán un vino nuevo. Los hijos de Israel cultivarán jardines y comerán sus sabrosos frutos. Yo los volveré a colocar en su tierra y jamás serán arrancados de ella». Como reza el libro de Amós.
Todas estas promesas, que los cristianos entendemos en un sentido espiritual, ellos las interpretan al pie de la letra. Sigue alentando en ellos el fervor y la audacia de los macabeos. Y los lugares de las batallas de hoy nos traen el recuerdo de las campañas remotas de Josué. Con la diferencia de que las operaciones militares son, sin duda, algo más rápidas que entonces.
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NOTA: No suelo dar importancia a las erratas que, de cuando en cuando, se filtran en mis lÃneas. Pero la que se cometió en mi último «Aspectos» me ha llegado al alma, porque afecta al honor de la ciencia. Quiero, pues, precisar que donde decÃa «sin rastro de subjetivismo, ni de psicologismo, ni de institucionalismo», debe leerse: sin rastro de subjetivismo, ni de psicologismo, ni de intuicionismo.
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