Carlos Santamaría y su obra escrita
Homicidas
El Diario Vasco, 1967-04-23
«On tue par inertie, par routine; on laisse mourir, on regarde mourir». FRANÇOIS PERROUX.
El comentarista François Perroux, en su importante comentario a la encÃclica «El desarrollo de los pueblos», resume ésta en una sola frase, en un solo mandato, el mismo inmemorial que ha resonado milenios en los oÃdos de la especie humana: «No seáis homicidas».
Para François Perroux este documento nos muestra que todos estamos incursos en formas multiformes de homicidio, de las que ni siquiera tenemos conciencia.
En el mejor de los casos, somos homicidas por omisión, por inercia o por imprudencia temeraria. «On laisse mourir, on regarde mourir».
Es una obligación fundamental del ser humano la de no dejar padecer de hambre a otro ser humano si dispone de medios para socorrerlo. Si planteáis esta cuestión a quienquiera que sea, comprobaréis que nadie considera como inocente al hombre que disponga de alimentos en abundancia y que, habiéndose encontrado a una persona a punto de morir de hambre, pase por delante de ella sin darle nada.
Simone Weil en su obrita sobre el «enracinement» —un libro al que debo algunas de mis más Ãntimas convicciones— ha sentado toda una teorÃa sobre las necesidades esenciales del hombre, de las cuales la primera, y el prototipo de todas las demás, es la necesidad de alimento.
«Pero —dice Simone Weil— hay muchas clases de hambre, unas corporales y otras del orden del espÃritu». El hombre tiene necesidad de alojamiento, de aire, de vestido, de higiene, de expansión fÃsica, de calor. También tiene necesidad de honor, de libertad, de seguridad, de comunicación. Tiene necesidad de arraigamiento en la vida de una colectividad que conserve vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del porvenir.
Que teniendo posibilidad de dar algunas de estas cosas a otros, no lo hace o destruye la posibilidad de hacerlo, comete un crimen de homicidio, porque cuando dichas necesidades no son satisfechas «el hombre cae poco a poco en un estado más o menos análogo a la muerte, más o menos próximo a la vida vegetativa». Son muchÃsimos millones de seres humanos los que hoy viven en ese estado de semi-muerte, bien sea porque no dispongan de alimento fÃsico o porque carezcan de aquello que debe nutrir al espÃritu del hombre: dignidad, igualdad, responsabilidad, libertad y sociabilidad.
Incluso muchos poseyentes de bienes materiales padecen esa misma semi-muerte porque su alma no está alimentada convenientemente de generosidad y de fraternidad. «El dinero destruye las raÃces donde quiera que penetra —dice también Simone Weil— reemplazando todos los móviles por el deseo de ganar».
¿Que esta campanada de la encÃclica será, una vez más, inútil? ¿Que una vez más la Humanidad poseyente hará oÃdos de mercader? Convengamos con «L'Humanité» en que esto es más que probable.
Pero —¡voz que clama en el desierto!— su deber es clamar, clamar siempre, aunque los oÃdos permanezcan sordos: «A tu hermano no matarás».
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