Un hecho casual

El Diario Vasco, 1967-02-19

      La casualidad pone sobre mi mesa dos libros que debieran ser muy parecidos y que en realidad resultan extraordinariamente distintos. Una década ha bastado para que un mismo tema fundamental —el tema de Dios— tratado dentro de un mismo ámbito —la «Semana de los Intelectuales Católicos» de París— sea presentado de modo completamente distinto.

      Tal cambio corresponde a la rápida transformación que el pensamiento y la actitud religiosa están experimentando actualmente.

      El caso es el siguiente. Un editor valenciano que, a mi juicio, no siempre cuida de modo riguroso la actualidad de sus títulos, me envía la traducción castellana, que acaba de lanzar, de los debates del año 56 sobre el tema «Mundo moderno y noción de Dios». Pero entre tanto los organizadores de París han tenido la ocurrencia de volver a plantear el mismo tema y me hacen llegar también, según costumbre, el volumen correspondiente que esta vez se titula «Dieu aujourd'hui».

      Esta coincidencia me permite y, en cierto modo, me obliga, a comprar los dos libros.

      Es todo un salto el que se produce entre la apologética clásica, a la que se circunscriben, pese a la modernidad de sus exposiciones los señores Gutton, Lacroix, Mauriac, Rops, Daniélou y otros en la Semana del 56 y el diálogo entre creyentes e incrédulos que el volumen del 66 nos presenta. Entre tanto, han ocurrido ciertamente, muchas cosas en la Iglesia y en el mundo, cosas que están en el ánimo de todos, a comenzar por el Concilio y por la crisis histórica del fenómeno comunista.

      En la Semana del 56 se habla de una «pedagogía». En la del 66 de una «confrontación de actitudes». En la Semana del 56 todos los expositores son creyentes. En la del 66, junto a destacados teólogos y pensadores católicos, intervienen ateos declarados, como Laurent Schwartz y Roger Ikor, los cuales no vacilan en exponer, sin paliativos, su postura de radical y consciente incredulidad. No falta tampoco el debate sobre el ateísmo marxista, pero esta vez no se produce por referencias, sino que se da la palabra a los propios marxistas. Jean Bruhat y Gilbert Mury exponen sus ideas ante un público católico extraordinariamente interesado y respetuoso.

      La comparación de estos dos libros resulta instructiva desde muchos puntos de vista. No faltarán, ciertamente, quienes se sientan escandalizados por todo esto y pretendan tocar inmediatamente a cruzada, gesto perfectamente inútil y extemporáneo.

      Porque, en definitiva, ha sonado la hora de que la creencia se libere de sus condicionamientos sociológicos, que si en cierto modo la favorecían, bajo otros aspectos la oprimían hasta ahogarla. Es preciso que la fe en Dios madure y se haga cada vez más sólida, más consciente y más lúcida. Desde ahora en adelante no nos servirá de nada el parapetarnos en posiciones filistéicas de aparente seguridad. Será preciso que, creyentes o incrédulos, nos miremos todos cara a cara.