Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Idiomas y lenguajes

 

El Diario Vasco, 1966-10-23

 

      Â«Una lengua no es sólo una lengua. Son muchos decires y muchas cosas en cada decir». Con estas palabras terminábamos nuestro anterior ensayo sobre la noción de «lo vasco», y ahora reincidimos en el mismo tema bajo un ángulo más amplio.

      Â«Contra lo que se piensa corrientemente, la comunicación de ideas no es ni el único fin, ni el fin principal del lenguaje», escribe el filósofo inglés Berkeley.

      Ombredane atribuye cinco funciones al lenguaje: el uso afectivo; el uso lúdico, es decir, la utilización estética, el lenguaje como juego; el uso práctico, la comunicación de informaciones, órdenes y mensajes de índole puramente práctica y utilitaria; el uso representativo, de ideas abstractas, y el uso dialéctico, o sea el manejo de esas mismas ideas, enlazadas unas con otras mediante estructuras y sistemas lógicos.

      En realidad, dentro de una lengua se esconden pues cinco utensilios destinados a fines distintos y el primero de todos, la expresión de afectos y de vivencias, la comunicación de sentimientos y estados del alma, el uso de Ombredane llama «afectivo».

      Así, por ejemplo, la frase «mañana hará un buen día» encierra una indicación práctica que, por lo general, suele carecer de significación poética o sentimental (lenguaje utilitario).

      Â«Buenos días», en cambio, expresa, en principio, un buen deseo y una actitud afectiva hacia el interlocutor o interlocutora a quien se dirige esta frase. Si a la misma se le añade un «amada mía» u otra «cursilada» por el estilo, la tal frase penetra francamente en el terreno amoroso y se aleja por completo del parte meteorológico.

      El famoso «un no sé qué que queda balbuciendo», de San Juan de la Cruz, es un caprichoso juego de palabras (lenguaje lúdico) que al mismo tiempo intenta trasportarnos al mundo inefable de las oscuridades místicas (lenguaje afectivo). Nunca se llegará a traducir esta frase, por mucho que se la traduzca.

      Así los lenguajes se mezclan y se entreveran en el interior del idioma. Es lástima que no tengamos espacio para matizar esta idea.

      Volviendo al tema vasco, hablaban el otro día algunas personas sobre el uso de las lenguas vernáculas y más concretamente, del euskera, en la liturgia católica.

      — «Si todos saben el castellano, ¿qué necesidad hay de poner misas en vascuence?», decían algunas de ellas.

      Creo que estas personas no saben nada de lenguas, ni menos aún de vivencias religiosas. De ellas sí que puede decirse «que no han entendido de la misa la media» porque, en su opinión, el rito parece ser comunicación de ideas o informaciones, y la lengua puro instrumento utilitario.

      Yo puedo decir «egun on» o decir «buenos días», o decir «bon jour». Algunos pensarán que estoy diciendo una misma cosa. Y, sin embargo, en cada caso me sitúo y sitúo a mi interlocutor en universos distintos.

      El idioma español se ha conservado hasta hoy en Filipinas, en las familias más aristocráticas, como un residuo vivo y operante de una gran cultura. Como vehículo práctico no podía ya luchar contra el inglés; pero en tanto que vivero espiritual su importancia es, o ha sido, sin duda, enorme en esas familias.

      Si el español llega a perderse del todo en aquellas latitudes bien podrá decirse que ha desaparecido definitivamente de ellas el «alma española».

      También el día que se pronuncie por última vez una frase en vasco popular —día que no ha de conocerse en innumerables generaciones— habrá muerto para siempre el «alma vasca».

      En resumen, la lengua euskara, como vehículo de expresión afectiva propio de un pueblo es, a mi entender, absolutamente esencial e intransferible.

      Tal es lo que yo pienso acerca de este asunto.

 

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