Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La noción de lo vasco

 

El Diario Vasco, 1966-10-16

 

      En un discurso pronunciado recientemente acerca del concepto de lo vasco, nuestro convecino el sacerdote e historiador don Juan B. Olaechea, vino a manifestar, según creo, que el conocimiento del vascuence no debe ser considerado como una nota o característica esencial de lo vasco.

      A esta afirmación ha respondido, entre otros, el señor San Martín, académico de la lengua vasca, en un artículo, publicado en el «Zeruko Argia» y al que, a su vez, ha replicado el P. Olaechea en este mismo semanario. En suma, una pequeña e interesante polémica, que tal vez no haya terminado aún y que, si no clarifica mucho el asunto, muestra al menos el interés del mismo.

      Creo que el P. Olaechea tiene enteramente razón al afirmar que el ingrediente lingüístico no siempre entra en la composición de lo vasco y que, por consiguiente no puede ser considerado como un elemento esencial de la noción que se trata de definir. Sin embargo, salta también a la vista que, si se prescinde del idioma, lo vasco se desdibuja notablemente y corre el peligro de difuminarse del todo.

      La dificultad de esta discusión proviene, tal vez, de un planteamiento defectuoso. Realidades de esta naturaleza no son en sí mismas definibles. Es posible hablar de ellas, tratar de rodearlas, de aproximarlas, de describirlas analógicamente, pero no se les puede aplicar una definición esencial, como la que se da, por ejemplo, de un icosaedro o de un equinodermo.

      Exhaustiva y rigurosamente hablando, no se puede definir «lo vasco», como tampoco se puede definir «lo suizo», «lo inglés», «lo andaluz» o «lo español». Tampoco creo que se pueda definir «lo francés», pese al cartesianismo de los propios franceses y de la alabada claridad de su idioma que, según Ortega y Gasset, no radica en otra cosa que en renunciar a pensar y a hablar de todo aquello que se les aparezca como oscuro o misterioso.

      La realidad, cuanto más informe, resulta menos definible y, cuanto más formal, suele resultar menos real. Yo puedo, por ejemplo dar una definición estricta de la circunferencia, pero tengo que decir inmediatamente que una circunferencia no ha existido ni podrá existir jamás, porque es pura abstracción matemática. En cambio, aunque no puedo definir, en sentido estricto, una naranja, estoy bastante convencido de que existe y, con el permiso de ustedes puedo también comérmela.

      La cuestión a que nos referimos debería quizás ser replanteada bajo ángulos particulares. A la pregunta ¿qué es ser vasco? se puede contestar desde el punto de vista etnológico, del lingüístico, del costumbrista, del geográfico, del político, del histórico e incluso del administrativo que es, a mi juicio, el que tiene menos valor.

      Reconstruir, con las respuestas obtenidas la esencia de lo vasco es, precisamente, lo que me parece imposible, porque esta presunta esencia se alejaría demasiado de la existencia para poder ser utilizable.

      El criterio lingüístico, dentro de su evidente parcialidad, parece uno de los más claros, porque el euskera, con sus diversos dialectos, es un idioma bien determinado y que no se puede confundir con ningún otro.

      Pero también en este terreno hay distinciones que hacer, porque, lo mismo que se pueden llevar ocho apellidos vascos sin sentir el más leve afecto ni interés hacia lo vasco, cabe ser «euskeldun» práctico, sin asomo de conciencia vasca, por pura necesidad o por ignorancia de otras lenguas.

      En nuestro caso nos interesa más el vasco-parlante reflexivo, profundamente consciente de los valores humanos y afectivos que se encierran en la lengua, aunque sea peor conocedor práctico de la misma.

      El hecho objetivo de manejar con soltura un idioma tiene menos importancia que el de sentirla como propia, el de querer avecindar y afincar en ella el espíritu. Es toda la distancia que va del idioma como instrumento práctico y utilitario de comunicación de ideas al idioma como sistema de expresión afectiva.

      Pues bien, yo me permito pensar que si el número de vasco-parlantes prácticos va disminuyendo, el de euskeldunes conscientes-afectivos crece, y esto es, a mi parecer, un dato muy importante, aunque no tenga demasiado que ver con la cuestión del esencialismo a que antes aludíamos.

      Una lengua no es sólo una lengua. Son muchos decires y muchas cosas dentro de cada decir.

      Pero esto ya es harina de otro costal. Se hace preciso volver otro día sobre el mismo tema.

 

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