Carlos Santamaría y su obra escrita
El alma de la multitud
El Diario Vasco, 1966-09-25
El periódico «La Nación», de Buenos Aires del 31 de agosto pasado, publicaba un artÃculo sobre España titulado «Confuso camino para una verdad polÃtica coherente». No creo que en ese artÃculo se diga nada nuevo, nada que no supiéramos ya. Pero se insiste mucho sobre una idea que yo mismo he puesto de relieve alguna vez en estas mismas columnas: el peligro de la «apolitización» de la opinión pública.
«Hemos hablado —dice— con muchos jóvenes que están liberados, al menos en parte, del lastre ideológico y del dolor que significó la guerra civil. Unos son estudiantes, otros obreros calificados. En general, aunque hay excepciones, hacen de la apolitización una especie de culto. Están convencidos de que la polÃtica lleva al error y con esta actitud admiten el manejo del Estado por fuerzas a las que ellos mismos no concurren en ningún sentido».
La idea de que la polÃtica es una especie de acotado técnico y profesional, una carrera como otra cualquiera, se halla muy extendida entre nuestros jóvenes. Yo mismo he podido comprobarlo —confieso que con asombro— en diversos lugares de España, donde el fenómeno de la apolitización de las nuevas generaciones se hace notar fuertemente y va acompañado de una grave crisis de la generosidad y del idealismo colectivo.
No es fácil analizar las causas de este fenómeno, las cuales son, sin duda, bastante complejas y no todas fáciles de discernir.
Los pueblos son como los niños. Sus reacciones resultan, a veces, primarias y a menudo dan muestra de una sensibilidad extraordinariamente afinada y sutil. Nadie sabe el daño que puede hacer en el alma de un niño una palabra o un gesto duro, un signo cualquiera de incomprensión. Por eso aquello de «¡ay de aquel que escandalizare a uno de estos pequeñuelos!».
El doctor Marañón, en cuyos escritos encuentro siempre un remanso de buen sentido y de amoroso liberalismo, escribÃa en «El pánico del instinto» las siguientes palabras:
«Los dirigentes de los pueblos suponen que a éstos se les puede agitar y asustar impunemente; pero no es asÃ. De momento callan, obedecen y parecen quedarse tranquilos; pero hay cosas finas y sutiles en el alma de la multitud que se rompen o se descomponen para siempre».
Entre nosotros hay urgente necesidad de hacer algo para que eso que Marañón llama el «alma de la multitud» cobre o recobre la sana inquietud que muchos echamos de menos ahora. Ese quehacer no es fácil. Por fuerza ha de ser lento. Y sobre todo ha de ser sincero, porque no servirÃa de nada el proclamar el deseo de fomentar la libertad si se desmintiera acto seguido con hechos, con actitudes prácticas negativas de esta misma libertad.
El artÃculo de «La Nación» hace referencia a una especie de «resignación» que no nos gusta, «la incomprensible resignación ante un futuro que nadie sabe definir y que está a buen resguardo de toda mirada indiscreta».
Para remediar esta situación, para hacer que las gentes salgan de su excesiva inhibición, el único remedio es la puesta en práctica de un derecho de participación ejercido de forma real, eficaz y responsable.
La libertad habrá de ser afrontada con valentÃa por parte de todos, aceptando de antemano que pueda darnos a muchos de nosotros algunas sorpresas un poco desagradables.
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