Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Reloj parado

 

El Diario Vasco, 1966-07-17

 

      Creo acertada la posición del señor Bedoya sobre el asunto del Concierto económico en su artículo del periódico «Pueblo». En este momento, en el que, de un modo o de otro, habrá de plantearse el tema del «regionalismo», parece, en efecto, muy conveniente que se hable de conciertos, así en plural, para todas las regiones que estén dispuestas a administrarse a sí mismas. Generalizar un diálogo difícil es, sin duda, la manera más práctica de ser escuchado.

      Y aun en aquellas regiones en que no haya tradición foral ni existan todavía aspiraciones de este género, habría que hacer lo posible para que nacieran, porque tales aspiraciones son un signo de vida y de salud pública. Eso sería lo justo, lo conveniente y lo político.

      Recuerdo a este respecto que, cuando al cesar el régimen concertado, los ingenieros del Estado vinieron a hacerse cargo de nuestras carreteras —aquellas que tanto añoramos hoy y de las que estábamos tan orgullosos—, uno de los comisionados dijo al que era entonces director de Caminos de la Diputación, don Ramón Pagola: «Aquí venimos a ver si españolizamos a Guipúzcoa». Y don Ramón, con el dolor en el alma y el buen sentido del humor que le caracterizaba, repuso: «Bueno... ¿y no sería mejor que vieran ustedes la manera de guipuzcoanizar a España?».

      Y, en efecto, no se ve que nadie haya ganado nada con destruir aquella realidad que tantas raíces históricas y afectivas tenía. En España ha habido algo peor que las talas de bosques, cuyo recuerdo hacía llorar a Costa y, con él, al notario de Frómista, el inolvidable autor de «La canción del Duero». Me refiero al destronque político centralizador que por sí solo ha hecho cien veces más páramos y desiertos que todas las talas juntas.

      El proyecto o la idea de don Ramón sigue en pie. ¿Por qué no guipuzcoanizar a España? ¿Por qué no pensar en una política común con todos los que sientan lo mismo que nosotros, no tratando de defender siempre nuestras ideas casi exclusivamente en la línea del privilegio histórico?

      Pero no han de faltar quienes nos tachen de anticuados y de aldeanos. El argumento se ha esgrimido mucho, tanto, que ya no nos hace ninguna mella. Lo vemos ahora repetido, una vez más, por el señor Suevos, en un artículo publicado por el diario «Arriba».

      Â«Pretender resucitar ahora la región cuando nacionalismos y nacionalidades desaparecen, supone un anacrónico retroceso».

      Sin duda son también anacrónicos los políticos italianos que, además de haber llevado a Italia al Mercado Común, vienen realizando en su propio país un ambicioso y vasto plan de autonomías regionales.

      Y deben serlo también los dirigentes de la izquierda francesa que, después de tantos años de fidelidad al jacobinismo centralizador, echan de menos una política regional «que no sea una simple parodia de regionalismo».

      Â«Uno tras otro —dice el periódico 'Le Monde' de esta misma semana— los líderes de la izquierda francesa, Mendès France, Defferre, Mitterrand, se han ido dando cuenta de que para devolver a los franceses el gusto por los asuntos públicos hay que interesarles directamente en la gestión de estos asuntos a la escala concreta del municipio y de la región, sustituir a las tradiciones centralizadoras por una osada política regional».

      Osada dice, y esto es una verdadera conversión, porque, si la derecha francesa defendió siempre la personalidad de las regiones, la izquierda, desde Robespierre hasta nuestro tiempo, había sido la promotora máxima del centralismo, la madre de esta idea que ahora quieren presentarnos algunos como genuinamente española.

      Creo que a muchos les convendría darse cuenta de que los tiempos cambian y de que ahora son ellos los que tienen parado el reloj.

 

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