Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Divagación

 

El Diario Vasco, 1965-10-31

 

      En ensueño no reconoce lógica.

      Para dormir el hombre se desprende generalmente de los vestidos que le oprimen. Pero hay algo que le oprime todavía más que los vestidos y es la implacable lógica, con su orgullosa pretensión de argüir lo divino y lo humano. Por eso, para poder dormir, el espíritu humano necesita desvestirse sobre todo de ella. Aceptar de antemano humildemente la sumersión en un mundo sin lógica.

      Â«Dormir es inhibirse de todo», decía Ortega. De todo, sí, y, en lugar primero, de la lógica, esta tirana cruel que nos aprieta, como un dogal, en nombre de la realidad.

      Dormir es sumergirse en un mundo sin reglas. Es sumergirse en el mundo de los fantasmas, en el que nos es dado traspasar las paredes de las cosas y deslizarnos vertiginosamente sobre espacios vacíos, con todas las ventajas y los inconvenientes de estas peligrosas acrobacias extraterrenas.

      Cuando el sueño es perfecto, no hay pesadillas de ninguna clase. En caso contrario nuestra deliberación no es completa: los problemas que nos acosan despiertos vuelven a presentársenos dormidos, bajo formas seudo reales de perros ladradores, o de molestos monstruos más o menos goyescos.

      En realidad, el sueño y la vigilia no están tan lejos el uno del otro, no distan tanto, como pudiera creerse a primera vista.

      La mayor parte de nuestra conversación interior —ese velocísimo diálogo que todo hombre entretiene incesantemente dentro de sí— se produce en el dominio mismo del sueño.

      Despiertos somos a menudo tan irrealistas como dormidos. Esto nos protege contra el bombardeo de las cosas.

      Si ustedes se han fijado bien, habrán observado que el mismo proceso del sueño se prolonga, en cierto modo en el estado de vigilia.

      Cuando el pensamiento fluye nos sería casi imposible decir en qué pensamos. Esta frecuencia es tan rápida que nos haría falta una larga sucesión de frases para describir las ideas o las imágenes por donde nuestra cabeza ha pasado en un breve instante. Exactamente como en el sueño.

      A menudo no vemos las cosas que tenemos delante de los ojos, sino otras remotas y en realidad invisibles. Nuestros oídos escuchan tal vez voces y sonidos extraños que hacen mucho dejaron de sonar.

      Para reflexionar, para volver a meternos en una realidad concreta, necesitamos dominar el rebaño de nuestras ideas locas. Podemos hacerlo durante un tiempo reducido, pero luego, como en el sueño, vuelve a manar el mundo de las reminiscencias, en el que se mezclan ilusiones con realidades, recuerdos lejanos con vivencias inmediatas.

      Reflexionar resulta trabajoso. Equivale a circular por una vía única cuyos carriles nos sujetan inexorablemente a una tierra única.

      Por eso la reflexión fatiga más que cualquier trabajo material. Fatiga no sólo intelectualmente sino también físicamente.

      Divagar es, en cambio, dejarse llevar cómodamente por la libre fluencia del pensamiento, como hacemos en el ensueño.

      La realidad es tan fatigosa que el hombre necesita frecuentes vacaciones de realidad. Cuando los problemas nos acosan interiormente, colgaríamos gustosamente un cartelito en una cualquiera de las ventanas o de las puertas de nuestro espíritu que dijera: «Cerrado por vacaciones de realidad».

      El hombre necesita dormir. dormir cuando está dormido y dormir cuando está despierto. Hasta el punto de no saber cuando la vida es sueño y cuando el sueño es realidad.

      Por desgracia, la sociedad no nos deja divagar, ni dormir. Hay mucho ruido en la calle, incluso en el caso de que no haya calle. Nuestros sueños no ensamblan con los sueños de los demás. La vida sólo pone en contacto las costras de nuestros espíritus. En el trato social se entrechocan los caparazones, como decía Unamuno, pero cada hombre es portador de su ensueño misterioso y esto no entra en el trato social.

      Sólo los anarquistas y los poetas creen en la posibilidad de que exista un orden social compatible con la intimidad del ensueño personal.

      Los juristas, esos monstruos de lógica y de realismo, nos dicen que el derecho y el orden social sólo pueden establecerse sobre bases objetivas. Los dramas de las conciencias individuales quedan fuera de la ley. La ley no tiene entrañas ni cuentas con los fantasmas.

      Y no nos deja dormir. Ni divagar. Ni fluir. Hay siempre un agente destinado a despertarnos en el momento preciso en que íbamos soñando lo mejor.

 

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