Carlos Santamaría y su obra escrita
Inspiración y transpiración
El Diario Vasco, 1965-07-25
«El genio —dijo una vez el sabio Edison— consiste en un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración».
Significa esto que sólo una Ãnfima parte de lo que solemos llamar la «obra genial» puede ser atribuida directamente a la inspiración del autor. El resto es puro resultando, decantación de un saber adquirido que es, en realidad, parte de un patrimonio social.
Cuando el ambiente está preparado, a punto de caramelo como quien dice, surge el descubrimiento o el acontecimiento de un modo casi fatal. El hombre concreto que lo realiza y lo lleva a término es, en este caso, lo de menos.
Por eso, un descubrimiento o una empresa histórica cualquiera es en tanto más genial y cuanto más inesperable, es decir cuando mayor sea la parte atribuible a la inspiración del realizador. La otra parte, la «transpirada», estaba ya ahÃ, en el trabajo de los predecesores, esperando a que alguien la recogiese como fruta en razón. Es lo que pudiéramos llamar, con expresión ciertamente un poco cursi, un «fruto maduro de la Historia».
Uno se dice a veces, al considerar ciertas realizaciones o ciertas creaciones del espÃritu humano: «de no haber sido Fulano, alguien hubiera tenido que inventar esto. En aquel momento de la Historia las cosas habÃan llegado a tal punto que no habÃa más remedio sino que alguien descubriera esto, o lo hiciera, o lo dijese».
La verdadera genialidad consiste, sin duda, en sorprenderte a la Historia, en desconcertarla, en salirle de pronto con una pata de gallo, algo que ni a la Historia ni a nadie se le hubiese podido ocurrir en aquel momento.
SerÃa interesante tratar de separar las dos componentes que se cruzan en todo hecho histórico: aquello que tenÃa fatalmente que ocurrir a un momento dado —la componente fatÃdica de la Historia— y aquello otro que fue fruto de la libertad de un hombre o de unos hombres concretos. Inspiración y transpiración en la Historia.
Se puede discutir hasta perderse de vista si la obra de un determinado genio, por ejemplo de un genio polÃtico, fue un hecho auténticamente original o uno de esos «frutos maduros» de la Historia.
AsÃ, cabe preguntarse si Napoleón tenÃa que haber existido aunque el propio Bonaparte ni hubiera nacido jamás. Es decir, si la Revolución francesa habÃa llegado a tal coyuntura que no tenÃa más remedio que engendra un Napoleón, fuese quien fuese, alto o bajo, corso o borgoñón.
La cuestión aparece más clara en Cristóbal Colón. Es evidente que América tenÃa que ser descubierta y tenÃa que serlo, lustro más o menos, en el momento mismo en que lo fue, precisamente porque asà lo exigÃa en aquel instante el desarrollo técnico y cultural de Europa. En cualquier caso, nadie puede creer que, de no haber existido el gran navegante, los europeos aún seguirÃamos desconociendo la existencia del nuevo continente. Sencillamente: tenÃa que haber un Colón y lo hubo.
Si ahora llega a surgir un Colón interplanetario, un genovés estratosférico cualquiera que aterrice aquà o allá en algún lugar del sistema solar, nadie podrá calificarle de genial. Lo único que habrá ocurrido es que la técnica habrá llegado a un estado de maduración en el que se haga posible y hasta necesario el intentar ese viaje. Eso es todo.
Ahora bien; a medida que va progresando el saber colectivo, la inspiración se va desacreditando y esto es una verdadera catástrofe. Algunos han llegado incluso a confundir «inspiración» con «improvisación», volcando sobre la primera todas las crÃticas que se merece la segunda. La inspiración requiere como hipótesis simultánea una cantidad enorme de transpiración, pero es, por definición, algo nuevo y sorprendente.
Las cosas y las ideas se van colectivizando cada vez más. Desde que los cerebros electrónicos están ahÃ, el hombre de la inspiración va teniendo menos posibilidades de hacer frente al hombre de la ficha perforada y de la memoria magnética. Es realmente un descrédito para uno el tener que reconocer que se vale de su propia memoria, memoria de las buenas, memoria de hombre, pero a base únicamente de circunvoluciones cerebrales, claro está.
En suma, que el porcentaje de la inspiración calculado por Edison va disminuyendo a medida que crece el de la transpiración.
¡Nada bueno, señores, nada bueno!
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