Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Pascua

 

El Diario Vasco, 1965-04-18

 

      Esta Pascua es la promesa de una ciudad eterna de jaspe y de marfil de la que todo odio y todo mal, todo temor y temblor, hayan sido para siempre alejados. Es la promesa de la resurrección de los cuerpos.

      Por el momento los nombres del sufrimiento humano siguen siendo muchos y aún puede decirse que se multiplican y se diversifican en el transcurso del tiempo. El conocimiento del dolor es un dolor más; el conocimiento de la enfermedad, una verdadera enfermedad; el conocimiento del mal, el mayor de los males que acongoja al hombre. Sólo por la inocencia puede el hombre ser salvado.

      Nuestra civilización conoce nuevas y más asombrosas formas de sufrimiento, las cuales nunca quizás afectaron al hombre de la caverna y del hacha de sílex. La más pesada de ellas el hastío y el vacío interior, el «¿para qué todo?», esa fatídica cantinela de los mortales que viven sin esperanza de Pascua.

      Es Kierkegaard, el tenebroso Kierkegaard, quien ha descrito mejor el panorama del mundo sin Pascua.

      Â«Si el hombre —dice— no tuviera conciencia eterna; si en el fondo de las cosas no hubiese más que una oscura potencia, salvaje e hirviente, productora de todo lo existente, pequeño o grande, dentro de un torbellino de tenebrosas pasiones; si lo único que se ocultara tras lo existente no fuese más que un vacío sin fondo, ¿qué otra cosa sería la vida, sino la desesperación? Si así ocurriera, si la Humanidad careciese de todo lazo sagrado, si las generaciones se renovasen como el follaje de los árboles, extinguiéndose las unas tras las otras, como el canto de los pájaros en los bosques, surcando el mundo como surca el océano un navío o como atraviesa el viento un desierto en un acto ciego y estéril; si no hubiese poder capaz de arrancar al eterno olvido su presa, ¡qué vanidad y qué desolación sería la vida!».

      Esta sería la visión del mundo sin Pascua.

      La Pascua es lo contrario de todo eso. La Pascua es la promesa viva de que la vida no es un vacío sin fondo, ni un mecanismo que se repite a sí mismo, inacabable reproducción de seres que no lleva a parte ni a fin alguno.

      La Pascua cristiana es la seguridad anticipada de que todo revivirá bajo el signo de una Humanidad reconciliada con la existencia.

      Todo mortal tiene necesidad de una Pascua, el paso por su espíritu de una especie de voz que de tiempo en tiempo le visite y le llame.

      Lejos quizás de la esperanza evangélica muchos son también visitados en esta hora por una idea noble y generosa, un ansia de justicia y de bondad, es decir, una fracción auténtica de la gran Pascua Eterna.

      Quizás si nos fuera posible a todos recobrar algo de la inocencia perdida acaso pudiésemos abrazarnos de veras los hombres, por encima de las infinitas barreras que nos separan. Pero, sin duda, esto sería demasiado pedir en esta disparatada existencia. Supongo que tal cosa sólo podrá ocurrir fuera del tiempo, al final del tiempo.

 

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