Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Esperas inútiles

 

Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Escuela de Armería de Eibar, 24 zk., 1961-10

 

      Desde la última guerra mundial la industria ha realizado enormes progresos. Dejando de lado los avances técnicos propiamente dichos es interesante considerar los que conciernen a la organización del trabajo.

      Que la Organización es una ciencia a la que pueden aplicarse las ideas científicas más elevadas es cosa que nadie duda hoy. Esta ciencia de la organización tiende a obtener la máxima eficacia, el máximo rendimiento de los elementos materiales y de las colaboraciones humanas de que se disponga en cada caso. Con los mismos instrumentos, con los mismos medios, se pueden alcanzar resultados económica y técnicamente mucho más favorables, siempre que sean perfeccionados en sus menores detalles los procesos todos de la organización de que se trate. Las idas de Taylor han adquirido actualmente desarrollos y aplicaciones mil veces más fecundas de todo lo que podía imaginarse cuando su inventor las lanzó a la circulación.

      Uno de los elementos más valiosos para la ciencia de la organización es la matemática de tipo estadístico: Hasta ahora la matemática había sido considerada como la ciencia de lo exacto y de lo rigurosamente determinado. Hoy las matemáticas nos proporcionan también normas y modos de proceder racionales frente a lo aleatorio, a lo casual e impreciso. Así ha surgido, por ejemplo, una «teoría de juegos» que encuentra grandes aplicaciones en el dominio económico y que es el fundamento de una estrategia de los negocios sumamente útil, sea cual sea el sistema económico en el que se intente aplicarla.

      La llamada «Investigación operativa» ha nacido en torno a unos cuantos problemas de carácter muy general los cuales se plantean donde quiera se intente perfeccionar la organización del trabajo, sea de hombres, se de máquina. Muchos de estos problemas han sido descubiertos en el transcurso de la última guerra y desde entonces se han realizado importantes progresos en el modo de enfocarlos y de resolverlos. Así, el que los americanos llaman el «problema de las colas».

      Es increíble el perjuicio que causa a la economía de una sociedad, de un país, o de una empresa, el hecho de que las máquinas o las personas se vean obligadas a permanecer inactivas esperando a que otras personas u otras máquinas terminen su trabajo.

      El que espera sin hacer nada, el instrumento, el hombre, o el grupo de hombres que permanecen inmovilizados durante cierto tiempo, son causa de una pérdida económica que muchas veces puede ser valorada con precisión.

      El material que aguarda el momento de poder ser embarcado o desembarcado de los vehículos de transporte; el que se detiene en las estaciones por falta de vagones; los barcos que permanecen inactivos en los puertos por carencias en los servicios de carga y descarga; los automóviles que se ven obligados a detenerse en los puestos de gasolina, en las fronteras, o a causa de los embotellamientos; los enfermos que esperan a que haya plazas libres para el ingreso en los hospitales; el público que aguarda ante las taquillas de las oficinas públicas; los aviones que tienen que hacer tiempo, con el correspondiente consumo de carburante, por falta de pistas libres en los aeródromos; las secciones de una fábrica que se retrasan o se ven en la necesidad de detenerse a causa del retraso o del embotellamiento de otra sección; los retrasos en la producción por la lentitud de los suministros etc. Podrían citarse infinidad de casos que encajan todos ellos perfectamente dentro del «problema de las colas».

      Nada digamos sobre las inútiles esperas en el orden administrativo: los enormes perjuicios que causan a la economía de un país, la lentitud en el despacho de los expedientes y de los innumerables trámites que la moderna administración estatal exige. Un engranaje cualquiera del aparato administrativo que no funciona correctamente, es decir de un modo rápido y expedito, puede retrasar a otros muchos y dar lugar a perjuicios de tipo económico cuya cuantía resultaría casi inverosímil si pudiera ser calculada.

      En un tinglado organizativo cualquiera, las esperas pueden ser analizadas y reducidas a un mínimo. Pero para ello se requiere un conocimiento estadístico completamente verídico y fiel a la realidad. Para corregir el mal funcionamiento de un proceso se necesitan estadísticas muy minuciosas acerca de las entradas y salidas de los elementos de que se trate en las diversas secciones o departamentos.

      Por un criterio de ahorro mal entendido se puede tener una oficina pública mal dotada, con un número insuficiente de funcionarios. Ante las taquillas se agolparán uno y otro día, los usuarios o los «clientes». Todas estas personas permanecerán inmovilizadas, pero como han de cobrar sus salarios, se acumulará a la larga una pérdida cuantiosa que forzosamente gravitará sobre la economía de la empresa y de la sociedad misma.

      Se ha comprobado en muchos casos que una simple modificación poco costosa puede evitar colas y «golletes» que paralizan un movimiento cualquiera.

      Claro está que estas ideas lo mismo pueden ser aplicadas en el orden de la empresa privada que en relación con los asuntos públicos. El expediente inútil, el papeleo, la complicación administrativa, son causa de importantes perjuicios económicos. Todo cuanto se haga para evitar estas cosas repercutirá de un modo favorable en la economía colectiva. Particularmente entre nosotros, hay un trabajo enorme por hacer en este sentido, porque los rodajes administrativos son muy imperfectos. Habría que simplificarlos enormemente y revisar su funcionamiento de un modo minucioso.

      Este trabajo no puede ser realizado si no es por especialistas de la «Investigación operativa». En muchos países existen instituciones importantes dedicadas a este trabajo, y el número de casos concretos analizados y resueltos racionalmente, es muy grande.

      En nuestra sociedad somos muy aficionados a discutir grandes cuestiones morales, cuestiones de justicia y de injusticia, cuestiones de principio que atañen a lo absoluto. Y hasta somos capaces de darnos de palos por ellas. Pero no aceptamos fácilmente la importancia de las pequeñas cuestiones prácticas. En este sentido los pueblos nórdicos tienen muchas lecciones que darnos. Unas cuantas medidas prácticas y realistas, si están bien concebidas, pueden contribuir más al bienestar común que montañas de divagaciones teóricas puramente discursivas.

 

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