Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Organismos supranacionales

 

El Diario Vasco, 1960-07-10

 

      El triste resultado de las últimas experiencias guerreras, la convicción generalizada de que una guerra no resolvería ningún problema y el temor al extraordinario poder destructivo de las armas modernas, animan a muchas personas a buscar por todos los medios el camino de la paz y del orden mundial.

      Parece llegado el momento histórico en que las ideas de los internacionalistas católicos del siglo XVI puedan tener una realización completa, más completa quizá que aquella en la que ellos mismos soñaran.

      El problema del universalismo político no ha sido, hasta nuestro tiempo un problema real. La diferencia entre los problemas «reales» y los problemas puramente «ideales» consiste en que, mientras estos últimos nos los planteamos nosotros cuando queremos y como queremos, aquéllos se nos plantean a nosotros, en un momento determinado y de modo ineludible. Al cambiar las circunstancias históricas, un problema real puede perder actualidad y urgencia y convertirse en problema ideal y, al contrario, lo que era todavía una cuestión especulativa, llega a veces un momento en que se nos impone como problema real.

      Esto significa que el carácter de problematividad real o ideal, que pueda tener una cuestión cualquiera, cambia de unos tiempos a otros.

      Uno puede estar fuera de su tiempo no solo porque las soluciones filosóficas, políticas, económicas, etc., que propugne resulten ineficaces frente a los problemas reales, sino también porque los problemas que plantee hayan perdido realidad o, dicho de otra manera, que la propia problemática se le haya pasado a uno de moda.

      Confundimos a menudo al utopista con el «anticipador». El utopista es un señor que está en off-side, completamente fuera de juego, en un ou topos, un «no-lugar» por donde la historia no ha pasado ni puede pasar de ninguna manera. El anticipador, en cambio, aunque aparentemente desplazado, realiza un papel social importante, ya que, gracias a él, el espíritu de las gentes se mantiene en un estado de receptividad muy deseable.

      El anticipador trata de cuestiones que no son «todavía» problemas reales. El hombre de mentalidad regresiva se empeña en resolver lo que «ya» no es problema. El utopista se ocupa de lo que no es ni será nunca problema.

      Las tres actitudes que acabamos de señalar se dibujan claramente frente al universalismo político: mientras los «utopistas» propiamente dichos encuentran en este terreno materia adecuada para aplicar su fantasía, los «regresivos» se niegan a aceptar el universalismo como problema real, se muestran partidarios de los patriotismos cerrados, del sistema clásico de soberanías estatales y de la guerra como institución, y tienden a atrincherarse, más o menos inconscientemente, en sus nacionalismos, lo que solo puede desembocar en una catástrofe mundial.

      Los «anticipadores», en cambio, vienen trabajando desde hace siglos —en el terreno de las ideas, naturalmente— para la creación de un orden jurídico supranacional: ellos han operado hasta ahora con futuribles, pero a la Humanidad ya no le queda más remedio que echar mano de las ideas todavía imprecisas que ellos han ido elaborando.

      El problema de la organización política del mundo lo tenemos ya delante de nosotros, influyendo en nuestras propias vidas, y es, sin duda, uno de los grandes temas de la hora presente: es ya un problema real.

      El intervalo entre las dos guerras mundiales conoció la experiencia de la Sociedad de Naciones. La segunda guerra mundial trajo la Organización de Naciones Unidas, que, con todos sus defectos e imperfecciones, sigue hoy bogando en medio de la enorme tempestad. El hecho de que, a pesar de todos sus fracasos, la O.N.U. siga existiendo, revela la necesidad que el mundo de hoy tiene de un organismo de este género. La insuficiencia e imperfección de su mecanismo no significa que haya de darse por definitivamente condenada la experiencia, sino, al contrario, que se precisa dar nuevos pasos hacia adelante.

      La única salida para la situación de hoy, es la creación de organismos supranacionales dotados de medios convenientes para asegurar la paz y la comunicación de bienes de todas clases entre los pueblos, aunque ello exija el sacrificio de las soberanías estatales.

 

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