Carlos Santamaría y su obra escrita
«Al pan, pan»
El Diario Vasco, 1960-06-26
Esta claro —dice Erasmo en el «Elogio de la locura»— que todas las cosas humanas tienen, como las Silenes de AlcibÃades, dos caras completamente distintas. No os contentéis con ver el exterior de las cosas; dad la vuelta a la medalla; lo blanco se tornará negro, lo negro os parecerá blanco; descubriréis la fealdad en lugar de la hermosura, la miseria en vez de la opulencia, la gloria en sustitución de la infamia, la ignorancia en lo que habÃais tomado por ciencia... En resumidas cuentas, que observareis que todas las cosas cambian a cada instante según cual sea el lado por el que se os ocurra mirarlas».
Las ideas anteriores son tan simples y, en medio de todo, tan conocidas, que no hacia falta haber citado a Erasmo para tratar de subrayarlas.
No creo que sea ninguna novedad el decir que las cosas humanas tienen no solo dos, sino innumerables caras y que nos presentan facetas o «aspectos» muy distintos de su propia realidad.
Cuando elegà el tÃtulo de «Aspectos» para esta sección del periódico, traté de explicar los motivos de semejante denominación, pero debà hacerlo de modo tan oscuro y confuso que ninguno de los amigos que me leyeron entonces entendieron lo que querÃa decir, y asà me lo dijeron paladinamente.
Ahora, a la vuelta de un centenar y medio de «Aspectos», puedo permitirme el lujo de explicar cuál es el fondo de mi pensamiento, el secreto de mi filosofÃa, si a esto se le puede llamar filosofÃa.
En definitiva, entre mi «aspectismo» y el «perspectivismo» orteguiano no hay ningún entronque. La diversidad de perspectivas proviene de la diversidad de posturas en que puede colocarse un observador. Estamos condenados a ver las cosas bajo una perspectiva determinada, que es la nuestra, la de cada hombre, la de cada época o la de cada cultura.
El «perspectivismo» es, pues, una especie afÃn al agnosticismo.
El «aspectismo», en cambio, es un realismo, porque los «aspectos» de las cosas están realmente en la cosas y no en el sujeto que las mira. Cuando yo afirmo que las cosas «tienen aspectos» y trato de dedicarme a descubrir algunos de éstos, sin la pretensión ilusoria de conocerlos todos, no caigo en el relativismo, sino que me remonto a un realismo «éclairé», muy superior, claro está, al simple realismo univocista.
Los partidarios de juicios apodÃcticos, de definiciones simples y terminantes y de posturas inconsútiles, que quieren meterse la verdad, toda la verdad, en un puño bien cerrado, los señores de «al pan, pan, y al vino, vino», suelen ser, a menudo, unos ingenuos de tomo y lomo.
Contentémonos, pues, con ver «aspectos» de la realidad, sin pretender la total y absoluta posesión de ésta, que ningún humano alcanzó ni alcanzará jamás. Seamos, en suma, modestos. El «aspectismo» lo es, aunque nos está mal el decirlo.
Y a los señores de «al pan, pan» que le sueltan a uno el conocido aforismo como si fuese un pistoletazo, digámosles que templen un poco sus nervios y que relean las anteriores lÃneas de Erasmo.
En la cosa más odiosa hay algún «aspecto» amable, y en la más amable —tratándose de cosas humanas, claro está—, algún «aspecto» odioso. ¡Si hasta el demonio tiene de amable el ser criatura de Dios!
Lo peor del caso es que hay personas a las que sólo parece interesar el lado negro y horrible de las cosas, el reverso nefando de cuanto existe, bajo el cual se encierra el abominable misterio del mal.
El bueno de Maragall se lo echaba suavemente en cara al casi siempre malhumorado Unamuno: «A todos dice usted las verdades, pero sólo las amargas».
El «aspectismo», si ha de ser leal a sus propios principios, debe acoger los aspectos todos de las cosas. Y por eso no puede ser ni pesimista, ni optimista, ni blanco, ni negro.
En cuanto a lo del «al pan, pan, y al vino, vino», eso es, señores mÃos, algo mucho más complicado de lo que ustedes se figuran, porque, «bajo ciertos aspectos», todo pan tiene algo de vino y todo vino tiene algo de pan.
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