Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Política cristiana

 

El Diario Vasco, 1960-03-06

 

      La situación del mundo y la confusión de ideas que hoy reina en todas partes ponen de nuevo sobre el tapete la gran cuestión de la «política cristiana». No se trata de una mera discusión bizantina, sino de un problema real que tiene inmediatas y graves repercusiones en la vida de muchos pueblos, particularmente en Europa y América.

      El Este y el Oeste redoblan en este momento su propaganda, tratando de ganarse la voluntad de los Estados jóvenes con planes grandiosos y ofertas de ayuda en gran escala. Cada uno presenta por su parte sus respectivos proyectos de reconstrucción, o más bien de construcción, de un mundo nuevo. Los últimos viajes de Kruschev, Eisenhower, Mikoyan, Macmillan, Malraux, etc., no tienen otra significación que ésta: son, en cierto modo, viajes de propaganda electoral frente a la gran opción que los nuevos pueblos se disponen a realizar. Gentes de color y miserables de toda especie que hasta ahora habían sido despreciados por los países ricos y poderosos, son ahora mimados precisamente porque el mundo está en un período electoral.

      Respecto de la política del Este, sabemos bastante bien a qué atenernos. hay allí una concepción perfectamente definida y consecuente consigo misma, una doctrina económica, social, política, una filosofía de la existencia e incluso, si se me apura, una moral y una especie de religión materialístico-humanística, con su correspondiente mística terrenal, que muestra su capacidad para arrastrar, siquiera momentáneamente, a los pueblos.

      Nótese que la postura comunista constituye un todo compacto: lo que nosotros colocamos en distintos dominios de la actividad humana, separándolo, distinguiéndolo cuidadosamente —lo público y lo privado, lo religioso y lo profano, lo económico y lo filosófico, lo patriótico y lo universal—, el comunista lo reúne en un solo bloque que abarca, por así decirlo, todos los aspectos de la vida humana: sociedad, familia, religión, filosofía, patria, humanitarismo, reflexión filosófica, necesidades económicas o materiales, todo ello encuentra realización o pretende encontrarla en una sola realidad: el Estado comunista.

      El Estado comunista está llamado a satisfacer todas las necesidades humanas, incluso, como hemos dicho, la religiosa que se manifiesta por exigencias profundas de generosidad y entrega, y de conocimiento de lo absoluto, a las que el comunismo responde también a su modo.

      Â¿Qué opone a esto el Occidente? El Occidente opone por de pronto un montón de cosas valiosas e importantes que el hombre de nuestra civilización demuestra tener en gran estima: las libertades políticas individuales, los derechos de la persona humana, la limitación de las atribuciones del Estado, el respeto de la esfera privada, el control de los actos de gobierno por la opinión pública, la igualdad política y civil de los ciudadanos, la independencia del poder judicial, la propiedad privada de los bienes de todas clases, la libre competencia, el libre comercio, la libre crítica, la tolerancia religiosa en el plano civil, la opción de todos los pueblos a una plenitud de vida política en el seno de grandes federaciones o comunidades internacionales. Esto es lo que —al menos en teoría— ofrecen los grandes dirigentes occidentales al mundo de hoy y de mañana.

      Aquí tenemos que hacer una observación contraria a la que antes hemos anotado. Mientras allí nos encontrábamos ante un todo compacto, aquí nos hallamos ante una notoria y esencial imprecisión. Apenas nada esencial se determina, sino el derecho de indeterminación. Apenas nada se define, sino el derecho a la indefinición.

      Desde el punto de vista práctico y de la capacidad combativa, esta radical vaguedad constituye un grave inconveniente: todo o casi todo queda pendiente de la libre opción de los pueblos y de los individuos. Y, sin embargo, una civilización de la libertad tiene que ser así. Debe dejar un amplio margen a las decisiones de los hombres.

      Â¿Tiene algo más que ofrecer el Occidente? Sin duda. Tiene la civilización cristiana: los valores cristianos que emanan del Evangelio y que constituyen la base invisible o implícita, aunque a menudo traicionada, de las estructuras occidentales.

      Y aquí se nos presenta de nuevo la famosa cuestión a que antes hacíamos referencia. ¿Existe una política que de alguna manera pueda ser considerada como cristiana? ¿Cuál es el alcance y el poder de concreción de esta palabra? La respuesta es difícil y llena de peligros. Trataremos de replantearla en otra ocasión.

 

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