Carlos Santamaría y su obra escrita
Superficiales y profundos
El Diario Vasco, 1959-11-15
Decir que un hombre es «superficial» parece casi un insulto. Decir que es «profundo» es, sin duda, un elogio. Pero hay muchas maneras de ser superficial y también muchas maneras de ser profundo. Recuerdo ahora a dos amigos mÃos, que no citaré: el uno es superficialmente profundo; el otro, profundamente superficial. No cabe duda: en buena jerarquÃa de valores, la personalidad del segundo me resulta más interesante que la del primero.
Claro que esto necesita una explicación. ¿Es que se puede ser profundamente superficial? A condición de estirar un poco el lenguaje, haciendo de él un uso un poco abusivo ciertamente, la respuesta puede ser afirmativa. Se puede ser «profundamente superficial» y en muchos casos merece la pena de serlo. Pero esta afirmación requiere ser convenientemente aclarada.
El problema se me planteó al leer lo que Ortega y Gasset dice en alguna parte acerca de la «cultura de superficies» y de la «cultura de profundidades». Según él, Francia, asà como los demás pueblos mediterráneos, tiene una cultura de superficies, mientras que la gente germánica posee una cultura de profundidades. Ortega dice esto sin el menor propósito peyorativo, porque en definitiva lo que él piensa es que de estas dos culturas tan importante puede ser la una como la otra. Ambas son complementarias y necesitan ser integradas en una sola cultura universal para poder subsistir.
Yo me pregunto a mà mismo: ¿qué es la superficialidad? En el lenguaje corriente es una especie de incapacidad para percibir el sentido Ãntimo y último de las cosas. El hombre superficial no se interesa más que en los aspectos exteriores epidérmicos de la realidad. Jamás se plantea el tema metafÃsico. Se alimenta de sensaciones, apariencia y puros fenómenos.
Pero hay otro modo de ser superficial y es el de interesarse profundamente en la superficie de las cosas, en sus «aspectos», aun sabiendo que son meros «aspectos» y precisamente por serlo, como el único camino para llegar luego a profundizar en el conocimiento de ellas.
Al hombre superficial, en el sentido vulgar de la palabra, los árboles no le dejan contemplar el bosque. La superficie es para él un telón que le impide ver más adelante. En cambio, para el hombre profundamente superficial, el conocimiento de la superficie de las cosas es una condición esencial y previa a toda ulterior penetración.
Yo aconsejarÃa a mis amigos, sobre todo a los jóvenes, que prefiriesen ser «profundamente superficiales» a ser «superficialmente profundos». Hay personas que hablan a troche y moche de cosas profundas, de causas últimas y de primeros principios, con un total desconocimiento de la realidad. Estos tales pretenden ver el bosque ignorando la existencia de los árboles, y esto, amigos mÃos, es completamente imposible.
Quien quiera ser profundo, empiece, pues, por examinar profundamente la superficie —el dato, la estadÃstica, la experiencia, el fenómeno, el hecho, la realidad visible—. Y trate luego de pasar del paisaje visible al paisaje invisible, como dice el propio Ortega.
A señores que quieren pasar por sabios, les he oÃdo muchas veces acusar a los teólogos y moralistas franceses de «superficiales», precisamente porque se ocupan de todo aquello: dato, experiencia, estadÃstica, etc. Lo serÃan, en efecto, si se detuvieran en esto o si se limitasen a declarar paladinamente que no se puede ir más allá. Pero ¿es que, de verdad, se puede ser profundo desentendiéndose de todo eso?
Pretender que llamemos profundo a quien permanece en la más remota y abstracta de las higueras, es un abuso intolerable. Este es un modo superficial y por tanto falso de ser profundo.
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