Carlos Santamaría y su obra escrita
Las frases hechas
El Diario Vasco, 1959-08-09
Una de las razones por las cuales la gente no tiene fe ni presta atención a lo que se le dice, en forma hablada o escrita, es el abuso de la frase hecha. Al hombre le ha sido dada la palabra para que su espÃritu se comunique con los demás espÃritus, pero la frase hecha es la muerte de la palabra.
Pocas personas se interrogan a sà mismas acerca del significado de los slogans, de los lugares comunes y de los tópicos de que está lleno su lenguaje habitual.
Si fuésemos sinceros con nosotros mismos, nos pondrÃamos a pensar de esta manera: «¿Y esto qué quiere decir? ¿Qué quiero yo expresar con estas o aquellas palabras?». Si asà lo hiciésemos, tendrÃamos que reconocer a la postre que muchas de esas frases que repetimos con fácil complacencia, y a veces hasta con aparente unción religiosa, carecen de verdadero sentido real, no son sino voces o sonidos huecos.
En el fondo toda la fraseologÃa usual no es sino un «bla, bla, bla» con el que se busca precisamente acallar la verdad: hablar mucho sin correr el riesgo de decir nada.
No se trata sólo de las fórmulas corteses y mundanas, en las que, como es sabido, se llega al colmo de la inexpresividad y de la imbecilidad. La frase hecha la encontramos por todas partes: lo invade todo, se apodera de nuestro lenguaje, de la misma manera que la maleza se apodera de los jardines abandonados.
La frase hecha es una tentación: nos invita a columpiarnos plácidamente en ella, para que el cerebro no tenga que trabajar, ni el corazón tenga que enfrentarse con ningún problema verdadero.
La frase hecha aparece en el comentario y en la información periodÃstica, en la literatura oficial y privada y hasta en la oratoria sagrada. Hay algo que a uno le crispa los nervios y es verla aparecer en el lenguaje religioso. No hay cosa más triste, en efecto, que un sermón fabricado a base de frases hechas. Al verdadero fiel este género de predicación rutinaria, que se limita a los reflejos auditivos, no puede menos de causarle frÃo y escándalo en el espÃritu. A Dios, desde luego, no se le puede hablar con frases hechas; es menester un esfuerzo personal para repensar y revivir todo lo que se le dice con una gran sinceridad.
Si mandásemos, de una vez, a paseo las frases hechas, puede que nos diésemos cuenta de que tenemos poco o nada que decir. Es posible que si esto hiciéramos, nos resultara también difÃcil el escribir, al faltarnos el andamiaje de las metáforas trilladas y de las combinaciones de palabras a las que está habituado el oÃdo.
Pero creo que acabarÃamos por hacernos más caso los unos a los otros. Porque hoy, que tanto se habla y se escribe, la gente ha llegado a un gran escepticismo. Estoy por decir que ya nadie cree en nada ni en nadie.
¡Ah! Si termináramos con los lugares comunes, ¡cuánto llevarÃamos adelantado en el camino de la sinceridad!
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