Carlos Santamaría y su obra escrita
La gente
El Diario Vasco, 1959-01-25
Todos hablamos de «la gente»: la gente dice «esto», la gente hace «lo otro». Se abusa de esta palabra precisamente por que nadie puede comprobar su significado.
A la gente le atribuimos todo lo que queremos, en la seguridad de que nadie se quejará de ello. Podemos afirmar la estupidez de la gente sin que nadie proteste por esta razón, porque ninguno se tiene a sà mismo por «gente». Uno puede decir que «la gente es idiota», sin ser llevado por ello a los tribunales. En cambio podrÃa costarle un disgusto el llamárselo a alguno que lo sea de veras.
En resumen, ¿qué es la gente? A pesar de su muchas importancia —pues todos lo empleamos constantemente— este vocablo es muy difÃcil de interpretar.
La gente es, quizás, el hombre despersonalizado, el hombre sumido en la gregaridad, el hombre hecho rebaño. Se es persona en la medida en que no se resigna uno a ser gente, ni a ser tratado como gente.
En una pequeña ciudad uno se encuentra a cada paso con personas conocidas. Esto personaliza el tráfico de una manera muy familiar y simpática. En cambio, en una gran ciudad, la calle nos sumerge por completo: rostros confusos, formas y sombras que circulan. Acaso, masas imbéciles, repitiendo los mismos gestos, como si esto les divirtiera.
Pero nadie puede evitar el ser gente para los demás. El transeúnte que pasa a mi lado es gente, para mi, pero yo también soy gente para él. ¿Qué sabe él de mÃ, ni yo de él?
En definitiva resulta que nadie es gente, pero que todos lo somos constantemente.
Hoy se estudian las leyes de la circulación de la gente como antes se estudiaban las de las moléculas de un fluido. Las leyes estadÃsticas valen tanto para las masas humanas como para los fenómenos fÃsicos.
Esto le hubiese gustado mucho a Augusto Comte. «Yo haré sentir a todos —decÃa él— que las leyes están tan determinadas para los hechos sociales como para la caÃda de una piedra». Claro que él no hablaba de leyes estadÃsticas, sino de leyes causales determinantes, pero para el caso viene a ser lo mismo. Muchos han soñado, antes y después de Comte, en conducir a los pueblos por medio de técnicas adecuadas de las que ellos supiesen manejar los ocultos resortes.
En el porvenir, el progreso de la técnica hará posibles muchas cosas atroces a este respecto. Me temo que cada vez haya menos gente y menos personas.
Chesterton decÃa: «Es estúpido decir que la gente es estúpida».
Es una de esas paradójicas frases chestertonianas que da mucho que pensar. Constantemente estamos echando la culpa de las cosas a la gente, en vez de echárnosla a nosotros mismos.
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