Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Oportunidad

 

El Diario Vasco, 1959-01-18

 

      La nueva instrucción de la Congregación de Ritos contribuirá a perfeccionar la participación del «pueblo» en los actos litúrgicos. Convengamos en que muchas cosas pueden cambiar de aspecto en la Iglesia si se avanza en este sentido.

      La visión religiosa del mundo cuando es genuina no puede ser confundida con ninguna clase de estrecheces pietistas, mitologías gazmoñas o argumentaciones silogistas. La esencia de tal visión es el sentido del misterio; si éste falta, ya no hay nada que hacer; la religión se convierte en superstición y fantasmagoría.

      El racionalismo —es decir, el intento de reducir todo conocimiento a la razón lógica— hizo un gran daño a la religión, no sólo porque los racionalistas se dedicaron a combatir la idea religiosa, sino porque dentro de la misma Iglesia nació una corriente que pretendía conducir a los cristianos por una vía cerebral y deshumanizada.

      Las proposiciones de Hermes, Frohschammer, Rosmini y otros que tendían a «desmixtificar» el cristianismo, a construir un cristianismo de ideas, un cristianismo sin misterios, donde todo fuese tan penetrable y transparente como una figura geométrica, fueron condenadas; pero quedó en bastantes cristianos —que merecieron haber nacido libros de lógica y no hombres de carne y hueso— la idea de que lo único importante era el argumento, el silogismo, la prueba, la refutación del adversario.

      Recuerdo las tendencias apologético-racionalistas en las que se pretendía formarnos a los jóvenes intelectuales —en los tiempos en que yo lo era— de espaldas a la liturgia, a la mística, a la espiritualidad, cosas entonces que parecían olvidadas o de las que apenas se nos hablaba, y, al mismo tiempo, con muy poca idea de justicia social y de transformación real de las estructuras sociales.

      Felizmente las cosas se encuentran hoy en un estado muy distinto. El movimiento liturgista, que en gran parte se debe a Dom Cassel y a la abadía benedictina de María Laach, constituyó uno de los aspectos más importantes de este renacimiento cristiano.

      Como decía hace poco, mi gran amigo monsieur Berrar, párroco de Saint Germain, de París —la vieja parroquia del París existencialista—, el movimiento liturgista contribuye a favorecer en los cristianos el sentido del misterio. «Ya no se trata de explorar y de analizar los misterios divinos a fin de poderlos DEMOSTRAR, sino de vivir de ellos».

      Las recientes disposiciones dictadas en nuestra Diócesis para la organización de las misas, abren ahora el paso a una posibilidad de acción y de reeducación litúrgica del pueblo, que inteligentemente llevada podría dar preciosos frutos en un tiempo relativamente corto. He aquí una buena oportunidad que merece ser aprovechada. Sería un gran dolor que se malograra.

 

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