Carlos Santamaría y su obra escrita
El caso Pasternak
El Diario Vasco, 1958-11-09
Algo me invita a escribir sobre el «caso Pasternak». Contra lo que pudiera parecer a primera vista, el tema no es, sin embargo, ni cómodo ni simple. Al tratarlo se corre el riesgo de caer en diferentes lugares comunes.
Por otra parte, la sociedad en que vivimos no está tan libre de pecados contra la dignidad y la independencia del escritor que uno pueda permitirle el lujo de arrojar la primera piedra, desde este ángulo del mundo.
¡Cuántas veces al leer lo que se escribe sobre los paÃses marxistas se nos viene a la mente el capÃtulo séptimo de San Mateo: «Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el propio!» Por esta razón me parece más prudente y oportuno tratar de examinar el caso por dentro. Debemos aprender cada dÃa más a meternos en la piel del prójimo, aunque éste sea el mismÃsimo diablo, e intentar ver las cosas tal como él las ve, para poder juzgarle adecuadamente. Es este un consejo ignaciano que conviene no echar en olvido.
Para mÃ, el mayor equÃvoco, cuando se pretende juzgar lo que pasa en la sociedad rusa, es querer aplicar a aquella situación nuestros moldes o categorÃas, como si se tratara de un Estado democrático al estilo occidental.
En un Estado liberal, cualquiera puede publicar un libro para probar que dos y dos son cinco sin que nadie se le oponga. Pero la U.R.S.S. no es un Estado liberal ni aquellos señores han pretendido nunca que se les tenga por tal cosa.
La verdad es que la Rusia de hoy es un Estado doctrinario, que parte de una base de «creencias» —aunque éstas sean materialistas— y profesa una intolerancia dogmática no disimulada.
En suma, la U.R.S.S. es un Estado «confesional». Allà hay una religión de Estado, que es el materialismo dialéctico, que toma posición en todos los terrenos desde las Matemáticas o la PaleontologÃa hasta la Música o la Historia de las religiones, cosa que nunca habÃa hecho ninguna religión propiamente dicha.
Los comunistas manifiestan además un profundo desprecio hacia el eclecticismo y el agnosticismo de los pueblos occidentales que consideran como un signo del «dépérissement» de la sociedad burguesa.
Por consiguiente, todos los ataques que se les dirijan desde este terreno a los marxistas rusos les tiene completamente sin cuidado. En este caso nadie puede acusarles de inconsecuentes con sus propias doctrinas y principios. Desde el punto de vista marxista no cabe separar el valor literario de una obra de arte de su significación polÃtico-social. Si la actitud mental de Pasternak —que al fin y al cabo es un escritor oficial del régimen soviético— es «herética» y contraria a la religión comunista, ¿cómo no habÃan de irritarse ante la concesión de un premio que más que un galardón al genio ruso parece un dardo lanzado con feroz intención contra ellos mismos?
Pero se puede ser consecuente e inmoral al mismo tiempo, si los principios a los que se sirve lo son, por fielmente que se les sirva.
La lección del caso Pasternak consiste, a mi entender, en que en virtud de los principios del bienestar colectivo, visto a través del prisma comunista, una actitud humanitaria y profundamente dolorida y compasiva, como lo ha sido siempre y sigue siéndolo el alma rusa, deba ser considerada como subversiva en el propio paÃs de Tolstoi y de Dostoiewski. Hay aquà una traición a algo muy grande que la Historia no podrá perdonar a los maestros del marxismo-leninismo.
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