Carlos Santamaría y su obra escrita
Qué pretende «Pax Christi»
Incunable, 108 zk., 1958-05
La pretensión de Pax Christi no puede ser más simple ni más clara: hacer que los católicos vivan más católicamente, es decir, más universalmente su fe.
Esta exigencia de nuestro catolicismo no es algo secundario o accesorio, sino esencial. Nuestra religión no puede ser practicada de una manera limitativa, precisamente porque es la religión del Amor. No es, no puede ser, la religión de un clan, de una tribu, de una casta, de una raza, o de cualquier otro cÃrculo cerrado. No cabe vivirla plenamente en un mundo limitado por particularismos egoÃstas. Tiene que salir del ámbito del individuo, de la familia, de la clase, de la nación sencillamente porque es la religión del hombre, la religión de la Humanidad. Esto es tan aplicable al hombre de la calle como al religioso contemplativo. Este, a pesar de su enclaustramiento, o, mejor aún, gracias a él sigue siendo el hombre más universal, el más abierto y desprendido que imaginarse pueda.
Ahora bien, esta afirmación de catolicidad, esencial a nuestra religión, puede ser propuesta como principio doctrinal o como vida. En el primer caso, el asunto es interesante y bello, pero no se traduce inmediatamente en actos. En el segundo se trata de llevar la catolicidad a la práctica, intento que no es tan fácil como parece. (No nos paremos a demostrarlo aquÃ. PodrÃamos citar hechos y pruebas numerosos a este respecto). Pero, debemos preguntarnos: ¿por qué no es fácil? ¿Por qué chocamos con dificultades al tratar de romper los moldes demasiado estrechos en los que se habÃa encerrado nuestra vida religiosa? ¿Por qué nos causa escándalo, a veces, el entrar en contacto con nuestros hermanos católicos de otros paÃses y el comprobar que sus puntos de vista sobre cuestiones que creÃamos importantes son diferentes de los nuestros, y que su modo de concebir la misma acción apostólica tiene matices que nos chocan e incluso nos hieren?
La respuesta es fácil, a mi juicio: todo eso se debe a que nos habÃamos fabricado un cristianismo falsificado, dentro del cual vivÃamos tan a gusto, pero que tenÃa muy poco de católico.
La universalización de nuestro catolicismo nos obliga, en efecto, a una revisión a fondo de nuestra propia actitud religiosa.
Mientras permanecemos encerrados en nuestro pequeño mundo local, de parientes, de amigos, de compatriotas, no nos damos cuenta del gran número de convencionalismos que pesan sobre nuestra vida religiosa y que en el fondo la empobrecen.
El católico no podrá ser nunca un hombre sin familia ni un apátrida. Nadie pretende eso. Pero tampoco le estará permitido erigir en absolutos su familia, ni su patria, las formas particulares de vivir que van implicadas en estas realidades.
La ruptura de los moldes falsamente absolutizados supone, en algunos casos, un esfuerzo doloroso. Hay aquà un ejercicio ascético que prepara el espÃritu para la práctica más desprendida de la Caridad, y que al mismo tiempo eleva el alma hacia más altas cumbres, de desnudas y de despego de sà mismo.
La tarea que Pax Christi quiere realizar no tendrÃa apenas sentido si no fuese acompañada de una espiritualidad adecuada: la espiritualidad de la Paz.
Se ve, pues, que el intento de Pax Christi, con ser tan simple y en cierta manera tan modesto, lleva dentro de sà la pretensión de remover las capas más profundas de nuestro vivir.
En Pax Christi no se trata de viajar, de hacer turismo, de conocer paÃses, de tener amigos en el extranjero, de aprender lenguas.
Para todo esto Pax Christi puede ser —y lo será cada vez más a medida que vaya desarrollándose, con la ayuda de Dios— un instrumento útil y práctico.
Pero lo que se pretende en Pax Christi es una empresa de conversión y de perfeccionamiento religioso. Avanzar en el camino de la desnudez y del desprendimiento, buscando al Dios de todos en una efusión caritativa que no quiere saber nada de odios, de sectarismos ni de divisiones entre los hombres.
AsÃ, Pax Christi intenta hacer acto de presencia en todos los problemas de hoy con este espÃritu de Paz y de renovación espiritual.
El choque psicológico que supone una primera salida al extranjero o un diálogo sincero, a fondo, con gentes de otras perspectivas, debe ser aprovechado para un ensanchamiento, un engrandecimiento de la propia vida espiritual.
Se me dirá —me dirá alguno— que todo esto es peligroso, que puede haber un peligro en el diálogo con esas gentes del extranjero que tienen una fe tan tibia y discutible o que viven en medios tan descristianizados. Pero el mero hecho de que esta cuestión pueda ser enunciada en análogos o parecidos términos, eso sà que revela una situación peligrosa. Ello nos obligará también, en último extremo, a revisar nuestra vida y nuestros conceptos religiosos.
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