Carlos Santamaría y su obra escrita
Promedios estadÃsticos
El Diario Vasco, 1958-03-02
Desde Maquiavelo acá —y aún mucho antes de él— las formas clásicas de la mentira de Estado eran cuatro: la terminologÃa jurÃdica, el lenguaje polÃtico, la grandilocuencia patriótica y el silencio oficial. Los tiempos modernos han agregado una nueva forma, que procede del campo matemático: la estadÃstica.
La estadÃstica es una criada para todo: una «bonne à tout faire» —decÃa un economista francés—. Y, en efecto, con unas estadÃsticas en la mano y sabiendo servirse de ellas acertadamente, cada uno puede llegar a las conclusiones que más le convengan. Los reputados sofistas griegos que se enorgullecÃan de poder probar una tras otra dos afirmaciones contradictorias, no conocÃan aún este nuevo género de sofisma: el sofisma estadÃstico.
Actualmente abundan y sobreabundan los datos numéricos acerca de la situación económica, social y cultural de los pueblos, vista bajo mil ángulos y a través de mil prismas diferentes. No escasean tampoco los que se refieren a la vida religiosa y espiritual y a las actividades de la Iglesia. Los hay para todos los gustos.
Que uno vea el panorama del mundo negro o rosado, todo depende de las cifras que maneje o de la forma en que las utilice.
En general, los promedios estadÃsticos pueden engañarnos si no nos damos cuenta de que su contenido es enormemente más pobre que la realidad que quieren representar. No se sintetiza un mundo de realidades vivas en unos pocos números escuetos y abstractos.
Vienen estas consideraciones a propósito de una conferencia que el señor Torres MartÃnez, decano de la Facultad de Ciencias Económicas, ha dado recientemente en la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Se refirió el señor Torres MartÃnez al crecimiento de la renta nacional en los últimos años, que él calcula en un 55 por ciento. (Otro economista evaluaba recientemente el aumento relativo al año 57, habida cuenta del crecimiento de población, en un 5,5 por ciento).
Este resultado inclina al optimismo y es, en sà mismo, muy favorable. Pero el señor Torres MartÃnez lo somete a un análisis más minucioso y descubre el tal aumento no ha sido homogéneo, es decir, que no ha alcanzado igual nivel en los distintos sectores de la producción: la agricultura ha crecido en un 20 por ciento, la industria, en un 90 por ciento. Existe, pues, una «desarmonÃa interna» que la cifra media no podÃa revelar por sà sola.
¿Pero que resultarÃa si, continuando el análisis del ilustre economista, operásemos una nueva difracción tratando de calcular la parte alÃcuota que del citado crecimiento ha correspondido a los diversos estratos o zonas sociales?
No serÃa nada difÃcil que descubriésemos una fuerte «polarización», en virtud de la cual, mientras uno sectores relativamente reducidos de la comunidad han elevado notablemente su capacidad económica, otros han permanecido casi estables o la han visto estrecharse. En tal caso el aumento de la renta media habrÃa acrecentado la dispersión económica de la sociedad española —nuestra mala distribución tradicional— y por tanto existirÃa aquà otra desarmonÃa interna, más importante y grave aún que la que señala el profesor Torres MartÃnez.
Esta cuestión trae a mi memoria el original apólogo del cerdito y la cebolla. Según parece, existió una vez un pequeño Estado en el que habÃa sólo dos habitantes. Aunque su fisiologÃa debÃa ser poco más o menos la misma, estos dos ciudadanos realizaban regÃmenes dietéticos muy distintos: el uno se comÃa diariamente un cochinillo; el otro, una cebolla. Las estadÃsticas oficiales del pequeño paÃs llegaban a conclusiones altamente satisfactorias sobre la situación alimenticia del mismo: ¡se calculaba que la ración diaria era de medio lechón y media cebolla por habitante! Dietética estadÃstica, pero no dietética real.
Moraleja: desconfiemos de los promedios estadÃsticos.
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