Carlos Santamaría y su obra escrita
Desesperación moderna
El Diario Vasco, 1958-02-23
«Une petite place ou l'absurde n'est plus que légère exaltation un sourire triste, un petit sourire, un certain sourire». — (Ch. Moeller).
En la Europa de hoy —de la que nosotros seguimos estando un poco al margen— se encuentra uno con relativa frecuencia con cierta especie de jóvenes que, a pesar de su edad lozana, parecen haber vivido ya una enormidad de años. Se dirÃa que sobre ellos pesa una amarga visión de la existencia y que están de vuelta de todo. ¿Pero se puede estar de vuelta a los veinte años? No me refiero, claro está, al mito de los existencialistas parisienses, tan pintoresco como fantástico. (Hay gente que va a verlos a St. German des Près, los mismo que quien busca bandidos con trabuco en Sierra Morena o majas bravÃas —la mirada desafiante y el puñal en la liga— en cualquier rincón de la vieja AndalucÃa). El asunto es mucho más serio e importante que todo eso y el fenómeno a que me refiero está mas extendido de lo que comúnmente se cree.
Escepticismo, tristeza, soledad, vacÃo, indiferencia y esclerosis existencial son los signos de una juventud triste que se arrastra, y de la que Françoise Sagan es una de las figuras más representativas. El interés que despierta la literatura de esta joven escritora proviene de que responde a unos hechos reales y a un estado de espÃritu tÃpico de la generación de la post-guerra.
«Yo me aburro un poco. Modestamente. Todo me es indiferente. No soy nada, nada, absolutamente nada. En mà se halla, como una bestia caliente y viva, este gusto del aburrimiento y de la soledad. ¡Esperar y esperar a que las vacaciones se acaben! Esta ausencia de emociones verdaderas me parece la manera la más normal de vivir. ¿Qué he hecho de mi vida? ¿Qué deseo hacer de ella? Nada. No tengo nada que sacrificar, aucun espoir».
Asà hablan los personajes de Sagan. Extraño complejo de infancia ingenua y de ancianidad viciosa, arrugas de viejo en rostro de púber. Pesadez, monotonÃa y fastidio de la existencia.
En Kierkegaard y en Unamuno creyentes, o en Camus, ateo, la angustia se rebela y tiene forma de desesperación. El absurdo se subleva contra el absurdo. En Sartre intenta convertirse en cohesión lógica. Mientras que aquà es aceptado con indiferencia, como la cosa más natural del mundo: solo se trata de arrastrarse «modestamente», sin ruido y sin gestos. Uno no llega a la desesperación, se queda en el tedio y en la insipidez de una existencia enfadosa.
Pero, ¿tenemos derecho a acusar a esta generación, concebida en el horror de los campos de concentración y de las cámaras de gas? Quien, entre los hombres maduros, se sienta libre de culpa, arroje la primera piedra.
Estos jóvenes vivieron su infancia en la vigésimoquinta hora, el universo humano de la guerra, que Gheorghiu describe en su famosa novela, un universo en el que el valor del hombre se deprecia hasta el cero absoluto.
Nosotros habÃamos conocido otra Europa y tenemos muchas más cosas a qué agarrarnos; podemos ver la situación actual como una crisis. Pero cuando se ha nacido y se vive sumergido en un rompecabezas, se llega fácilmente a la conclusión de que tal es la forma «normal» de la existencia.
Hay algo de verdad en las teorÃas de los astrólogos: cada uno es hijo del signo estelar bajo el que nace; la generación de la guerra no podrá nunca sentir el mismo gusto de la vida porque sobre ella pesa, como sobre Macbeth, una siniestra mancha de sangre y de lodo.
Para ellos no hay más que dos soluciones: afrontar la situación cara a cara, frente a este puzzle de mundo —en esto consiste la verdadera y legÃtima rebeldÃa— o integrarse a la apatÃa y a la suprema indiferencia. Pero esto es darse ya por vencidos.
El auténtico [?] no está del lado de Françoise Sagan.
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