Carlos Santamaría y su obra escrita
Paz y pacifismo
El Diario Vasco, 1957-09-15
El mundo contemporáneo siente una enorme necesidad y, un profundo deseo de paz.
La última guerra mundial causó a la Humanidad una incalculable suma de sufrimientos; minando la conciencia moral de los individuos, contribuyó a debilitar en grado sumo la confianza de las gentes en el orden social.
Hoy los pueblos buscan —tanteando en medio de la mayor oscuridad— las bases de un orden polÃtico internacional, más justo, más humano, más estable, un orden pacÃfico y armonioso entre todas las naciones de la tierra.
Cansados ya de guerra frÃa y de paz armada, miran hacia el futuro como a través de un largo túnel del que esperan poder salir alguna vez.
Ahora bien, debemos preguntarnos si esta esperanza tiene algún viso de realidad, si no es una pura y simple ilusión.
¿Cabe evitar la amenaza de una tercera guerra mundial? La aspiración a una sociedad de naciones dotada de poderes completos y efectivos, en la que los conflictos y los litigios internacionales fuesen pacÃficamente dirimidos, ¿puede ser realizada en el mundo de hoy?
Nadie está en condiciones de dar respuesta afirmativa a estas preguntas. Pero nadie tiene tampoco derecho a darles una respuesta negativa y menos aún nosotros los católicos.
En nuestro espÃritu no hay lugar para el pesimismo ni para la desesperanza.
A pesar del pecado y de la presencia visible del mal en el mundo, el hombre cuenta con fuerzas para mejorar y elevar sus condiciones de vida, para liberarse, hasta cierto punto, de las consecuencias históricas del pecado original.
La guerra, la ignorancia, el hambre, la miseria, la degeneración, la enfermedad, pueden y deben ser combatidos.
Si la Humanidad aspira a la paz, a una paz que no es todavÃa la paz completa, sino un atisbo o un esbozo de la verdadera paz, debemos alegrarnos de ello y contribuir con todo nuestro esfuerzo a la realización de este noble ideal, en la medida en que las condiciones lÃmites de la hora presente lo permiten.
Por desgracia hay muchos pacifismos espectaculares que se reducen a gestos y a proclamaciones y que se empeñan en desconocer el gigantesco peso histórico que gravita sobre nuestro presente.
Esta compacta y espesa realidad de la Historia no puede desvanecerse por un ligero soplo de buenas intenciones.
Cabe también una utilización partidista, una utilización táctica de la idea de paz al servicio de fines egoÃstas o interesados.
Tal utilización ha sido hecha innumerables veces en el curso de los siglos y hoy sigue haciéndose también. Desde César hasta Hitler, todos los grandes jefes militares emplearon las ofertas de paz para desconcertar y desmoralizar al adversario.
No caigamos en la ingenuidad de creer que cuando los dirigentes del Este europeo, asimilando la aspiración y el deseo de paz de los pueblos, realizan sus amplias e inteligentes ofensivas de paz, proceden con mayor sinceridad que otros. La propaganda de la paz ¿no se ha convertido hoy en una poderosa arma de guerra?
El Papa ha denunciado este fenómeno con palabras terminantes: «La Iglesia debe tener en cuenta las potencias oscuras que han trabajado siempre sobre la Historia. Este es el motivo en virtud del cual la Iglesia desconfÃa de toda propaganda pacifista en la que se abuse de la palabra paz para disfrazar objetivos inconfesables».
La acción por la paz no será genuina sino a condición de que se desarrolle en un plano superior al de los intereses polÃticos de cualquier bando, de que busque sus raÃces más profundas en la pacificación de las conciencias y de que sea genuinamente realista, eludiendo todo utopismo.
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