Carlos Santamaría y su obra escrita
Un mundo nuevo
El Diario Vasco, 1957-05-26
Los cientÃficos no están de acuerdo acerca de las posibles consecuencias de las experiencias atómicas. Unos opinan que son inofensivas. Otros, en cambio, creen que su repetición multiplicada puede acarrear a la larga resultados funestos para la continuidad del género humano.
DeberÃa bastar esta simple duda para que tales experiencias fuesen inmediatamente suspendidas, pero no parece que los gobiernos interesados tengan el menor propósito de hacerlo asÃ. ¿A qué se espera para reaccionar? Quizás a que los males no tengan ya remedio.
La firme y valerosa protesta del pueblo japonés contrasta con la culpable apatÃa con que se reacciona ante el problema en el resto del mundo. La mayorÃa de las gentes está poco dispuesta a agitarse por causa de esto y cree más razonable seguir su vida «normal» con la misma naturalidad con que lo hace una gallina cinco minutos antes de que el cocinero la coja para ponerla en pepitoria.
La capacidad del hombre de hoy —el hombre masa, según la concepción de Ortega— para fingirse a sà mismo una seguridad colectiva inexistente, llega a los lÃmites de lo increÃble.
El hombre del pasado habÃa vivido siempre en la incertidumbre, dándose cuenta de que se hallaba rodeado de fuerzas muy poderosas que podÃan destruirle. Esta sensación ha desaparecido; el hombre del asfalto tiene la falsa impresión de haber dominado a la Naturaleza.
A los terrores religiosos de otros tiempos ha sucedido una especie de seguridad atea, de confianza ciega en un equilibrio hipotético.
La bomba H y sus horribles hermanas de nombres diversos ofrecen un panorama tan pavoroso que preferimos apartarlas de nuestra imaginación como si se tratase de una simple pesadilla.
Lo malo es que el peligro es completamente real y que bastarÃa un simple mal paso de un polÃtico cualquiera para que se transformase en apocalÃptica evidencia. Ha dejado de ser un tema de novela «anticipacionista» para convertirse en una amenaza efectiva contra la presente generación. Los horrores de una guerra atómica pueden presentarse hoy o mañana, en cualquier momento y cuando menos se piense. Esta es una verdad como un templo, pero casi nadie parece sacar consecuencias de ella.
Hay incluso quienes se dedican a quitarle importancia al fenómeno. «¡Bah! —dicen—, siempre ha ocurrido lo mismo cuando se ha inventado una nueva arma». «Lo mismo sucedió cuando se descubrió el arma de fuego, los gases asfixiantes o el bombardeo aéreo. Y sin embargo luego todo ha seguido rodando como si tal cosa».
Pero muchos estamos persuadidos de que no es asà y no sentimos la impresión de convertirnos en hombres de espÃritu estrecho o retardarlo al afirmar que el descubrimiento de la energÃa atómica y de sus utilizaciones guerreras abren realmente una sima de posibilidades catastróficas para la Humanidad.
Ante la crisis del año 1000, las gentes iban a confesarse, devolvÃan lo que habÃan robado y deponÃan sus odios.
Hoy deberÃamos estar todos dispuestos a realizar un esfuerzo extraordinario de comprensión, a hacer cuanto fuese humanamente posible para lograr una convivencia pacÃfica.
Ante la posibilidad de una guerra atómica, a la Humanidad no le queda más camino que el de una conversión radical.
Una conversión a nuevas formas polÃticas y sociales; la creación de un mundo nuevo en el que quepamos todos y en el que no haya necesidad de organizar matanzas periódicas para «solucionar» los problemas humanos.
Este es el único recurso que le queda a la Humanidad. El no aceptarlo equivale a renunciar a la supervivencia histórica de la especie.
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