Carlos Santamaría y su obra escrita
Primavera
El Diario Vasco, 1957-03-10
La primavera se adelanta este año. antes de que el sol llegue al equinoccio, los perales y los manzanos se han cubierto de flores blancas y un cerezo japonés —con el que suelo tener particulares confidencias— me ha regalado con abundancia de diminutos capullos rojos.
Es maravilloso ese ritmo pausado, pero firme, con que la madre Naturaleza hace todas las cosas. Avanza siempre a su paso, sin que nada pueda detenerla. Nunca espera ni hace esperar.
Su trabajo invernal es apenas perceptible; se realiza en lo más escondido de los laboratorios de las células y de los tejidos; pero de pronto se manifiesta como una enorme epifanÃa, un estallido incontenible de vida. Y es la primavera.
Cada primavera es nueva, única y distinta, tiene su individualidad propia e inconfundible.
Desde que existe el mundo ha habido millones y quizás cientos de millones de primaveras; pero esta primavera de 1957 nunca fue, ni volverá a ser.
Los metafÃsicos, como trabajan con esencias, dicen —y no les falta razón, claro está— que todas las primaveras se corresponden con un sólo concepto universal. En el diccionario hay una definición de primavera, que vale para todas las primaveras que han existido o puedan existir. Y ay de aquella que quiera salirse de la definición, porque ya no será primavera.
Pero, en realidad, a la primavera le tiene sin cuidado si responde o no a la esencia y a la definición de primavera; ella existe con existencia única y singular, como todo existente, y nos invita a florecer, a revivir también nosotros, en la fugacidad del instante que pasa.
Hay quien piensa la vida como una fluencia, es decir, como una realidad que discurre con perfecta continuidad, igual que el agua de un rÃo al deslizarse sin ruptura sobre el profundo cruce. Hay quien la piensa —y es acaso más acertado— como una sucesión de instantes individuales, inconfundibles, unidos entre sÃ, por el misterioso nexo de una conciencia personal que permanece.
Los existencialistas han llamado nuestra atención sobre la importancia del singular, del existente concreto e individual. Esto me parece muy justo, frente a un esencialismo racionalista que, de espaldas a la vida, habÃa querido operar sólo con los enorme cajones vacÃos de sus conceptos abstractos.
Cuando pensamos y cuando hablamos empleamos ideas y palabras de significación universal. Decimos «primavera» como decimos «hombre», remitiéndonos a unas nociones generales que se encuentran dentro de nuestras cabezas.
Pero no hay dos primaveras iguales, como no hay dos hombres iguales. Cuando alguien ha muerto nadie puede sustituirle; nadie reemplazará el tono de su voz, ni su gesto, ni su modo de ser, ni su temperamento, ni sus afectos, ni nada, en fin, todo aquello que latÃa y se manifestaba en ese ser.
Nada reemplazará tampoco a esta primavera que ahora nace cuando se extinga dulcemente en los brazos del estÃo.
Las flores de hoy se habrán convertido en frutos y la vida pedirá de nuevo paso a la vida.
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