Carlos Santamaría y su obra escrita
Satélite artificial
El Diario Vasco, 1956-06-03
Todo descubrimiento implica infinita libertad de espÃritu. (Jean Lacroix).
Hay en el espÃritu del hombre un ansia de infinitud incontenible. Un poder de expansión que no reconoce lÃmites. Donde quiera que exista una barrera el hombre intentará saltarla movido por la radical curiosidad que constantemente le acucia.
Como todo el mundo sabe ya, uno de los acontecimientos más importantes del próximo año geofÃsico, 1957, será el lanzamiento del primer satélite artificial desde el cabo Cañaveral, en Florida, paralelamente al Ecuador y en el sentido de la rotación terrestre. Un cohete madre, de cien kilogramos de peso, lo elevará hasta la altura de 480 kilómetros imprimiéndole una velocidad 7.600 metros por segundo y lo dejará después abandonado a su propia inercia, describiendo indefinidamente una trayectoria elÃptica análoga a las de la luna. El pequeño satélite sólo pesará 10 kilos.
Multitud de piedras, meteoros y bólidos se mueven en el espacio alrededor de la tierra y sólo se hacen visibles al entrar en contacto con la atmósfera, originando el fenómeno de las llamadas estrellas fugaces. Muy pocos de estos proyectiles cósmicos llegan a alcanzar la superficie de nuestro planeta.
El satélite artificial será, pues, una de tantas masas regidas en su movimiento por las leyes de la atracción, pero encerrará dentro de sà todo un tesoro de instrumentos de observación y de transmisión automática y será capaz de informar espontáneamente a los sabios terrestres de su posición en el espacio y de las condiciones de temperatura, radiación solar, frecuencia e intensidad de los rayos cósmicos y otros muchos datos fÃsicos del más alto interés.
La necesidad de concentrar en tan pequeña masa el conjunto del mecanismo necesario para efectuar y transmitir tales observaciones, deberá obligar a los ingenieros a realizar uno de los más maravillosos esfuerzos de la técnica moderna.
Se va a dar, por tanto, el primer paso efectivo en la navegación interplanetaria. La astronáutica, que en nuestra juventud habÃamos concebido como un sueño fantástico en los libros de Flammarion y las novelas de Julio Verne, se convierte hoy en una realidad. Algo todavÃa incipiente, pero real.
Nuevas ventanas van a abrirse hacia el misterio de los espacios negros. En 1957 el hombre pone su primera cabeza de puente en el vacÃo interplanetario y nadie puede prever a dónde le llevará esta nueva aventura incomparablemente más atrevida que ninguna otra de la Historia.
Recordemos que el hombre tiene la facultad de sorprenderse e inquietarse constantemente a sà mismo con sus propios descubrimientos.
No estamos en condiciones de formarnos una idea ni siquiera aproximada del mundo que conocerán nuestros hijos.
Hay quienes creen que la actual expansión cientÃfica llevará a la Humanidad a un inmenso Estado-máquina en el que toda libertad de pensamiento y de acción quedarán suprimidas bajo el imperio de una técnica cientÃfico-polÃtica llevada al colmo. Ante este panorama se echan a temblar y quisieran volver al claustro materno del pasado.
El número de estos timoratos es grande, a mi parecer, y bastantes de ellos alegan, para justificar su actitud, razones de Ãndole religiosa o moral, afirmando que nos encontramos ante una nueva Babilonia condenada por dios a la destrucción. Tal actitud, biológicamente explicable, no tiene, sin embargo, ningún punto de contacto con una religiosidad auténtica.
La posición del verdadero creyente no es la de aquel que cierra los ojos y se tapona los oÃdos, sino la del que hace todo lo posible para tener bien despiertos sus sentidos y se coloca en actitud expectante y confiada ante el futuro del mundo.
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