Carlos Santamaría y su obra escrita
La enseñanza de la Historia
El Diario Vasco, 1956-05-27
Tengo entre mis manos un pequeño y precioso libro de Peter C. Hill, editado por la «Unesco», lleno de sugerencias y de ideas originales sobre la enseñanza de la Historia.
La Historia —si se la estudiase bien— podrÃa ser, en efecto, maestra de la vida, «tesis temporum, lux veritatis» —testigo de los tiempos, luz de la verdad—, como querÃa Cicerón. Pese a las murallas chinas y a los telones de acero, los pueblos no han vivido ni pueden vivir en compartimentos estancos.
El estudio de la Historia no debe servir, pues, para fomentar la soberbia colectiva, la idea de la prepotencia o de la superioridad de una nación sobre las demás, sino para rectificar conductas y enderezar actitudes: un gran examen de conciencia colectivo para el conocimiento de la verdad histórica, al servicio de la paz.
Hasta ahora la Historia se limitaba al ámbito reducido de dos o tres civilizaciones privilegiadas. Lo que llamamos Historia Universal era poco más que el relato de un corto perÃodo de la vida de Europa. Hoy, gracias a un conocimiento más perfecto de la inmensa realidad, la ciencia histórica tiende a universalizarse realmente y cada vez más.
La Historia debe también contribuir a formar en el adolescente el sentido vivo del tiempo, mostrándole hasta qué punto el pasado pervive en el presente y cómo éste requiere a su vez un futuro para poder subsistir.
El hombre de nuestro tiempo empieza a adquirir conciencia de la complejÃsima evolución del género humano a lo largo de un proceso insondable, tal vez, de cientos de miles de años de sombras históricas.
Este alucinante despertar es sólo comparable al que debieron experimentar los hombres del Renacimiento al ver reemplazado el discreto y familiar cosmos ptolomeico, con su tintineo de cristalinas esferas, por los vacÃos infinitos del universo galileano.
Por todas estas razones, la cultura propende al historicismo: hablar de algo es hablar de algo y de su historia.
Esto no quiere decir que caigamos en el error del historicismo radical, que hace de todo conocimiento una pura fenomenologÃa, sino que atribuimos a la dimensión histórica del conocimiento una importancia mucho mayor que antes.
El método cronológico que hasta ahora se habÃa seguido para enseñar la Historia parece presentar un panorama bastante artificial, sin relieves ni perspectivas reales de aquella evolución. Las concepciones de Spengler y de Toynbee han puesto de manifiesto que hay ciclos y familias de culturas que no pueden ser seccionadas; algo asà como si se tratara de estudiar el cuerpo humano por rodajas o lonchas planas horizontales.
De la misma manera que en nuestra estructura corporal hay órganos, sistema y aparatos en plena actividad vital, el historiador tiene que respetar la fisiologÃa real de la Historia.
Muchos autores modernos aconsejan que el niño comience el estudio de la Historia por objetos tangibles y familiares, la alimentación, el vestido, los medios de transporte; y que a medida que crezca vaya abordando el estudio de las instituciones y de los Gobiernos y, en fin, la historia de las ideas. Otro método es el denominado «patch system», que consiste en profundizar el conocimiento humano de una época relativamente corta pero que ofrezca una significación particularmente interesante. Saber cómo vivÃan las gentes, cómo ganaban su vida, cómo se alimentaban y se vestÃan, cuáles eran sus distracciones, en qué creÃan, cómo eran gobernadas en un momento y en un lugar determinado, sumerge al niño en una experiencia personal muy formativa.
Los films históricos deben, sobre todo, ocupar un lugar importante en la educación; pero para que sean eficaces y verdaderamente educativos es menester que reúnan todas las cualidades técnicas del cine contemporáneo. La exhibición de anticuallas y carcamales cinematográficos no hace sino despertar la hilaridad y el sentido de lo cómico en el estudiante.
Por desgracia, nosotros vivimos en lo pedagógico unos malos momentos, en los que la rutina, la penuria de medios y de iniciativas y la «masificación» se imponen y el panorama educativo se presenta —a mi modesto juicio— en una forma bastante desoladora. Limitémonos a decir discretamente que hay mucho que renovar y que airear en nuestros métodos educativos.
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