Carlos Santamaría y su obra escrita
Insatisfacción y fetichismos
El Diario Vasco, 1956-05-13
«Los hombres tienen muchas cosas en común aunque pertenezcan a diversas clases o a distintas naciones» (Pierre Hervé).
En un cuaderno titulado «Los acontecimientos y la fe», que fue condenado por el Santo Oficio, el Padre Montuclard —hoy M. Montuclard— atribuÃa a la clase obrera la exclusiva de la insatisfacción y de la vitalidad histórica.
Los obreros —decÃa— son los únicos que han guardado intactos, o casi intactos, el sentido de la fraternidad, la confianza en el porvenir y el respeto del hombre. El proletariado es «la única fuerza histórica capaz de destruir las miasmas que envenenan nuestro espÃritu y nuestro corazón, nuestras relaciones con los hombres y hasta nuestra cultura y las formas de nuestra religión».
Es verdad que la insatisfacción es el motor de la Historia, lo ha sido y lo será siempre. Aventureros y hambrientos, emigrantes y desesperados de todos los tiempos, han levantado e impulsado ciudades y civilizaciones dotadas de un Ãmpetu histórico formidable. Norteamérica es el ejemplo más reciente de este fenómeno; la Historia está llena de ellos. Al contrario, grandes imperios en los que las clases rectoras se hallaban como embotadas por la abundancia, se han visto aniquilados por la erupción de los insatisfechos de allende o aquende las fronteras.
Pero no es cierto, como pretende la tesis marxista de Montuclard, que el proletariado tenga «el monopolio de la insatisfacción». No son el hambre ni la necesidad fÃsica los únicos impulsos que mueven radicalmente a los hombres. Lo caracterÃstico de las épocas eruptivas de la Historia —en las que el proceso de la expansión vital adquieren una fuerza extraordinaria, incontenible— es precisamente que en ellas coexisten o concurren carencias y ambiciones, necesidades y apetencias de toda suerte.
Un pueblo está vivo cuando en él todas las clases sociales sienten, cada una a su manera, la insatisfacción, el ansia de renovación y de progreso, y eso en todos los órdenes: de originalidad en el arte y en la cultura, de reforma en lo religioso, de mejoramiento en lo social, de autenticidad en lo polÃtico.
Uno de estos momentos de eclosión o de explosión histórica más caracterÃsticos y mejor conocidos, es el del Renacimiento. A un largo perÃodo de inmovilidad relativa sucede entonces un despertar de fuerzas y de apetencias dormidas u ocultas, la actualización de un potencial histórico acumulado en todos los medios sociales.
Pierre Hervé, el escritor recientemente expulsado del Partido Comunista francés a causa de su libro «La révolution et les fétiches», ha hecho algunos «descubrimientos» que contradicen la tesis antes enunciada de la exclusividad proletaria. ha sido tentado por el espÃritu contra la materia y por eso le han condenado los pontÃfices del materialismo dialéctico.
Ha descubierto, por ejemplo, «que los hombres tienen muchas cosas en común, aunque pertenezcan a diversas clases o a distintas naciones» y que «si se define la cultura como el conjunto de los valores materiales y espirituales creados por la sociedad humana, no puede identificársela con la ideologÃa».
Al emanciparse de la obsesión clasista, el espÃritu de Pierre Hervé, como un pollito que rompe la cáscara, se asoma al mundo de la humanidad histórica.
Con ello se aproxima —quiéralo o no— al cristianismo. Porque el cristianismo, cuando no se le falsifica, es el gran exclaustrador, el gran rompedor de todos los fetichismos que quieren encerrar en una cáscara el espÃritu del hombre.
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