Carlos Santamaría y su obra escrita
Islas imaginarias
El Diario Vasco, 1956-03-18
La isla de San Borondón no figura en el mapa por la sencilla razón de que no se halla en ninguna parte. Una antigua tradición, nunca comprobada, la situaba no lejos de las Canarias, envuelta siempre entre nubes y rodeada de agitadas corrientes y de movedizas arenas que la hacÃan inabordable.
Obra de la fantasÃa y del ocio de poetas, marinos y aventureros, existe una geografÃa mÃtica de la que ningún cartógrafo se ocupa, pero que acaso fuese más sugestiva y profunda que la geografÃa real. A ella pertenecen la isla de Jauja, de prodigiosa flora, y la de Panchaya, fertilÃsima en aromas, cantada por Virgilio; el Dorado, el Paititi, la gran Quirivia y otros reinos imaginarios, de nunca bien ponderada riqueza.
Islas de la abundancia; valles felices, rodeados de montañas inaccesibles, en cuyas estrechas cañadas vivieran arcádicamente, sin contacto alguno con el mundo exterior, mujeres y hombres ingenuos; imperios antiquÃsimos y patriarcales, en los que se conservara la primigenia sabidurÃa del vivir humano... ¡quién no ha soñado con estas cosas siendo niño y quién no sigue soñando con ellas, ya maduro, tratando de escapar al tedio infinito que a veces nos produce nuestra existencia civilizada?
Hoy la geografÃa se ha hecho positivista porque ya no tiene misterio, ni se alimenta de poesÃa: ya no hay propiamente descubridores ni prÃncipes navegantes, ni hidras marÃtimas, ni océanos monstruosos. La superficie entera del planeta ha sido minuciosamente cuadriculada por los agentes del catastro, ni un solo milÃmetro cuadrado escapa al ojo vigilante de la técnica y de la administración. ¿No nos informa la Prensa de que hasta el propio Polo Antártico ha sido vencido por femeninas exploradoras, integrantes de la expedición soviética que ahora «acampa» en aquel frÃo continente? La mujer en el Polo: acabamiento y fin de la geografÃa mÃtica...
Por eso mismo uno siente con mayor angustia la necesidad de esa isla de San Borondón, fabulosa oceánide, inabordable u olvidada entre la espuma, en la que el propio espÃritu pudiese hacer el náufrago a su placer. Acaso sea esto una especie de claustrofobia ingénita, unida a la naturaleza humana, porque el espÃritu, amador esencial de la libertad, necesita escapar a todo artificial encerramiento, para poder sobrevivir como tal espÃritu.
De aquà que el hombre contemporáneo experimente un deseo de ahondamiento que el decimonónico no habÃa casi sentido. Las tres dimensiones se nos han hecho en cierto modo pequeñas; pero aún nos queda una cuarta, que la FÃsica moderna nos ayuda a comprobar. Me refiero al «dentro».
Al ancho, el largo y el alto hay que agregar, en efecto, el «dentro», que se revela cada vez más profundo y misterioso, tanto en el sentido psÃquico como en el fÃsico y material de la expresión.
Si el «plus ultra», el más allá terrestre, se nos acaba y el esferoide se nos hace pequeño y molesto, aún podemos lanzarnos al «plus intra», al «más adentro».
La introversión es el medio normal de evasión del hombre contemporáneo ante la presión social. Por ese cuarto agujero nuestra alma tiende a escapar de toda extraña conformación que se le imponga desde fuera.
Hasta ahora sabÃamos que habÃa espacios estelares insondables y Pascal nos hablaba de la angustia que su consideración le producÃa. Pero ahora, la fÃsica atómica nos enseña que hay también insondables universos dentro de la más leve partÃcula. El «dentro» asà considerado adquiere una enorme e insospechada categorÃa.
Nunca como ahora aparece claro que el ser de las cosas es una fuente inagotable de conocimiento.
Descubrir que las cosas, aun las meramente materiales, tienen un «dentro», el cual encierra horizontes inacabables, es el punto de partida de la filosofÃa.
¿El «dentro» no es también, a pesar de su interioridad, un aspecto, el aspecto supremo e inagotable de las cosas?
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