Carlos Santamaría y su obra escrita
La polémica de la guerra justa
La Voz de España, 1949-07-14
Cinco son las condiciones de una guerra justa, según los pensadores católicos: causa justa, limpieza de intención, recurso previo a la solución amigable, medios lÃcitos y probabilidad de alcanzar un bien mayor que los males que la guerra misma origina. Cinco condiciones que vale la pena de retener en la memoria para enjuiciar rectamente los acontecimientos históricos de nuestro tiempo.
De acuerdo con estos principios, cabe formular esta pregunta: «¿Puede existir hoy una guerra justa? El derecho a defenderse de la agresión injusta es incuestionable y nadie duda de él, pero ¿por parte del que provoca la guerra puede darse en la actualidad una actitud moral y cristiana?». Muchos lo dudan. Muchos se inclinan a la negativa. Y entre éstos el Obispo de Parma, monseñor Colli, que escribÃa hace poco tiempo estas palabras:
«En el pasado, se podÃa hablar más fácilmente de guerras justas y de guerras injustas. Hoy a los que nos preguntan si puede haber todavÃa guerras justas debemos contestarles que en teorÃa sÃ, pero que en la práctica no. Las condiciones de la guerra justa son casi imposibles en las guerras modernas».
Y en efecto, los medios de destrucción son hoy demasiado potentes —guerra atómica, guerra microbiana, guerra supersónica— y, sobre todo, alcanzan a demasiados seres inocentes, para que pueda afirmarse «a priori» su licitud. Además, los males que acarrea la guerra moderna exceden a toda ponderación y superan con mucho a los bienes hipotéticos que la guerra pudiese proporcionar. Y, por otra parte, ¿cabe pensar en la limpieza de intención de los grandes Estados modernos inspirados en principios enteramente ajenos a la justicia misma?
Si desde el punto de vista cristiano es extremadamente discutible la moralidad de una iniciativa guerrera, es curioso observar que en el lado comunista se habla también de la justicia e injusticia de la guerra y con lenguaje muy diferente al nuestro. Lo cual significa que existe una noción comunista de Justicia completamente ajena a la que nosotros poseemos. El hecho no debe extrañar a nadie en medio de la confusión babilónica de la hora presente.
En «L'Humanité» del 28 de marzo último se encuentra esta definición, bien subrayada en letra cursiva y capaz, sin duda, de satisfacer las aspiraciones éticas de todo buen comunista. «Lo decimos claramente. La guerra acometida por los chicos vietnamitas, indonesios y griegos es una guerra justa: una guerra justa porque ella aporta al campo de la paz nuevas fuerzas de democracia y de progreso».
Esta teorÃa, que, repetimos, no debe escandalizarnos excesivamente en un mundo como el de hoy, explica el hecho de que en el Congreso de la Paz celebrado en ParÃs el 20 de abril último, fuese acogida con grandes aplausos la noticia de la toma de Nankin por los comunistas chinos. Ello podrá parecer paradójico a nuestra «anticuada» mentalidad occidental, mas no asà a los miles de honorables pacifistas que llenaban la sala Pleyel. ¿Exceso de ingenuidad? ¿Deformación mental? ¿Pasión polÃtica? ¡Quién puede saberlo!
Al margen de estas dos posiciones, cristiana y comunista, que acabamos de describir, muchos —acaso la mayor parte de los hombres— se manifiestan en forma escéptica y fatalista. «Poco importa —dicen— que las guerras sean justas e injustas. Constituyen un hecho fatal y que necesariamente debe seguir soportando el género humano. No vale la pena perder el tiempo discutiendo sobre este asunto. La guerra caerá sobre nosotros de todas maneras. Y hay que prepararse a recibirla...».
Nada más triste e inhumano que este modo de pensar. El hombre no puede aceptar el mal sin protesta. No puede renunciar a condenarlo, aunque para ello sea preciso ponerse en evidente contradicción con sus propios actos.
Todo pesimismo sistemático debe ser eliminado. La paz justa no es una utopÃa, no es un mito irrealizable. Acaso faltan los hombres de buena voluntad que puedan darle realidad. Pero Dios proveerá con el tiempo.
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