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Iker Zirion Landaluze

África más allá de estereotipos y prejuicios

Nazioarteko Zuzenbide Publikoko irakaslea eta Hegoa Institutuko kidea

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2023/05/25

Irudia

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En 2020, Vanessa Nakate, una joven activista por la justicia climática ugandesa y varias compañeras (entre ellas, Greta Thunberg) se reunieron en el Foro de Davos con diferentes líderes mundiales, y una foto tomada en aquel encuentro se hizo viral. En esa foto, distribuida después a medios de comunicación de todo el mundo, la agencia Associated Press recortó a Nakate y mantuvo a las cuatro compañeras medioambientalistas participantes en el evento, todas ellas blancas. No sólo eso. Como ella misma reconoció después “cuando vi la foto solo vi parte de mi chaqueta. No estaba en la lista de participantes. Ninguno de mis comentarios en la conferencia de prensa fue incluido. Fue como si nunca hubiese estado allí”[i].

Hoy, 25 de mayo, se celebra el Día de África. Esa efeméride conmemora el aniversario de la creación de la principal organización internacional regional, la Unión Africana, de la que se cumplen 60 años. Es una oportunidad para visibilizar su labor de promoción de la unidad y la solidaridad en el continente y, de manera más general, para destacar los retos, intereses y aportaciones de sus países y sus habitantes. Sin embargo, construir África en positivo no es tarea sencilla, porque, como le sucedió a Vanessa Nakate, las relaciones de poder, los intereses y los prejuicios (¿el racismo?) existentes no ayudan a visibilizar y reconocer (o, al menos, considerar con respeto) las contribuciones que vienen del sur del mediterráneo, sean en el ámbito que sean.

¿Recuerdas la última noticia que has visto en medios de comunicación o en redes sociales sobre algún país africano o con protagonistas del continente? Piénsalo unos segundos. Quizás haya sido sobre el conflicto armado que estalló a mediados de abril en Sudán y las centenares de miles de personas desplazadas por el territorio del país o refugiadas en los países vecinos; sobre las inundaciones en Kivu Sur (Este de la República Democrática del Congo) a principios de mayo, con medio millar de personas fallecidas; sobre alguna de las personas migrantes que estos días han perdido la vida (una lista interminable desde hace décadas) en su viaje desde las costas de Marruecos, Senegal Gambia o Argelia en busca de una vida libre de violencias o, simplemente, de una vida mejor; o sobre el aumento de la violencia institucional contra el colectivo LGTBIQ tanto en Guinea ecuatorial como en  Uganda, (en este último país, de hecho, se tramita en el Parlamento una ley que tipifica como delito las relaciones sexuales consentidas entre personas del mismo sexo y castiga con hasta 20 años la “promoción de la homosexualidad”, lo que, en la práctica, ilegaliza la defensa de los derechos LGTBIQ). Sin duda, todas ellas son noticias reales, esos hechos han sucedido. Sin embargo, es más que discutible que representen de manera fidedigna la realidad africana de las últimas semanas.

No es fácil informarse sobre África. Exige voluntad y una actitud proactiva porque, para empezar, existe un vacío mediático sobre el continente. Lo que allí sucede no es una prioridad y, de hecho, ni siquiera es noticiable. Cuando se cuela alguna noticia, presenta visiones estereotipadas, sesgadas, simplistas y, generalmente, negativas (a menudo, por ejemplo, para destacar lo que un país o una población “no es”, “no tiene” o “le falta” con respecto al “mundo desarrollado”). Como si más de 1.200 millones de personas, miles de pueblos e idiomas y 55 estados (por supuesto, incluyo la República Árabe Saharaui Democrática) no fuesen heterogeneidad suficiente. Como si una sola palabra sirviese para designar cualquier parte del continente con el nombre del todo: África.

Asimismo, es necesario reconocer que no es sólo responsabilidad de los medios de comunicación. Estos y el imaginario colectivo se retroalimentan en sus representaciones del continente. Y, evidentemente, lo hacen para mal. A los medios de comunicación les gusta el drama (vende más y –no debemos olvidarlo– las noticias ahora se han convertido en una mercancía) y nos presentan violencia étnica, caos, enfermedad, hambre y pobreza, además, sin contextualizarla ni explicar sus causas profundas. Y eso es, precisamente, lo que hemos construido en nuestra cabeza y esperamos del continente: malas noticias; eso sí, que sean fáciles de digerir y de olvidar.

En esas malas noticias, además, las personas africanas son representadas sin capacidad de acción ni de gobernarse, sin agencia, dependientes del exterior. También sin voz, porque quienes hablan y protagonizan las noticias, por lo general, son occidentales: el portavoz de una organización de derechos humanos opina sobre lo que sucede en la región de Tigray (Etiopía) desde Londres; Macron explica la intervención del ejército francés en Mali desde el Elíseo; y una médica de una organización de acción humanitaria expatriada en Cabo Delgado (Mozambique) refiere el parte de víctimas en una conexión online. Por supuesto, todos blancos. No nos hace falta escuchar a las personas africanas ni conocer de ellas mismas cuáles son sus problemas y cómo los enfrentan.

Los medios de comunicación maltratan África. No es sino una manifestación más de las desiguales relaciones de poder (en este caso, simbólico) que reproducimos desde Occidente. Igual no es desidia o desinterés; quizás es una actitud consciente y deliberada que nos permite eludir nuestras responsabilidades, esto es, camuflar los intereses geopolíticos de los países, proteger los beneficios de las empresas transnacionales y salvaguardar nuestro privilegiado y excluyente modo de vida.

 

[i] https://www.theguardian.com/world/2020/jan/29/vanessa-nakate-interview-climate-activism-cropped-photo-davos.