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Monika Salgueiro

Hablar puede salvar vidas: la comunicación como herramienta de prevención del suicidio

Profesora e investigadora de la Facultad de Psicología

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 13/02/2025

Monika Salgueiro | Foto: Eneka Tamayo. UPV/EHU.

Imagina que estás en tu trabajo, un trabajo cualquiera; haciendo lo que haces cada día, un día cualquiera. Alguien te comparte que ya no puede más y que está pensando en acabar con su vida. No es una broma, no es una película, no es una historia lejana. Es algo que podría pasarle a cualquiera: un compañero de trabajo, una amiga, un familiar, o a ti misma.

Hace poco, un conocido locutor de radio se encontró en una situación similar: una persona llamó a su programa en directo para expresar su desesperanza. A pesar de sus 35 años en la radio y su buena voluntad, se bloqueó, no supo reaccionar y se sintió desarmado ante el dolor ajeno. Este suceso, más allá del impacto emocional inmediato, nos invita a reflexionar sobre un tema crucial: la importancia de hablar y, aún más, de saber escuchar, sobre el suicidio.

El suicidio en cifras: el elefante en la habitación

El suicidio es un problema de salud pública que a menudo nos pasa desapercibido. Es el elefante en la habitación al que nadie quiere mirar a los ojos.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2024), en España se registraron 4.116 muertes por suicidio en 2023; una media de 11 personas al día, lo que lo convierte en la primera causa de muerte no natural, por encima de caídas accidentales, ahogamientos o accidentes de tráfico. En Euskadi fueron 141 las personas que murieron por suicidio en 2023, según el Instituto Vasco de Estadística (EUSTAT, 2024). Una persona cada dos días.

A nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2024) estima que más de 700.000 personas mueren por suicidio cada año, una cifra que supera las muertes por homicidios y guerras combinados.

Más allá de los datos, cada muerte por suicidio afecta a muchas más personas; representa historias de dolor que, en muchos casos, podrían haberse evitado. Sin embargo, detrás de cada estadística hay un silencio que pesa. El estigma social, la falta de información, el miedo a “empeorar las cosas” hablando del tema contribuyen a que muchas personas no pidan ayuda ni encuentren un espacio seguro para expresar su sufrimiento.

El poder de la palabra: hablar es el primer paso en la prevención

Uno de los mitos más extendidos sobre el suicidio es que hablar de ello abre una suerte de Caja de Pandora, causando un efecto contagio e incitando a alguien a la muerte. Esta idea errónea, una mentira repetida mil veces, ha convertido el suicidio en un tabú, una palabra que se dice en susurros y una realidad que se esconde y se juzga. Lejos de ello, hablar (bien) sobre suicidio no induce a cometerlo; es el primer y necesario paso para su prevención.

La evidencia científica respalda el llamado Efecto Papageno, que muestra cómo la información veraz, los relatos positivos de superación y la difusión de recursos de ayuda pueden tener un impacto protector en personas vulnerables o con riesgo de suicidio. Crear espacios seguros para la expresión del sufrimiento puede ser ese primer paso para que alguien pida ayuda.

Cuando una persona expresa sufrimiento extremo o pensamientos suicidas, no está buscando llamar la atención de forma superficial. Está pidiendo ayuda de la única manera que sabe. A veces, el sufrimiento ajeno nos incomoda o nos da miedo, lo que nos lleva a respuestas poco útiles: “no digas tonterías”, “eso es una locura” o “tienes que ser fuerte”. Estas frases, lejos de ayudar, pueden hacer que quien sufre se sienta incomprendido, juzgado y más solo.

Ayudar a alguien que atraviesa una crisis emocional profunda es un acto de humanidad que requiere sensibilidad, empatía y, sobre todo, presencia. No es necesario ser un profesional de la salud mental para marcar la diferencia: escuchar activamente, sin juzgar ni minimizar el dolor, y mostrar empatía son gestos simples pero poderosos. A veces basta con estar, escuchar atentamente sin interrumpir ni apresurarse a dar consejos; validar el dolor de la otra persona, acompañarla en la búsqueda de ayuda profesional y mostrar un interés genuino. Frases como: “te he notado triste últimamente, ¿quieres que hablemos?” o “¿cómo puedo ayudarte?” abren un espacio de diálogo y conexión que alivia parte del sufrimiento.

Si percibimos que la persona necesita más apoyo del que podemos ofrecer, siempre podemos acompañarla en el proceso de buscar ayuda. No se trata solo de sugerirlo, sino de ofrecerse y mantenerse presente, ya sea acompañándola físicamente o facilitando el contacto con servicios de ayuda especializados. La compañía, en estos casos, puede ser un ancla que brinde seguridad.

No es necesario tener todas las respuestas; lo importante es estar disponible y mostrar disposición para escuchar desde el respeto y la empatía. A veces, un simple “estoy aquí para ti” puede generar un cambio significativo.

Crear redes de apoyo en la comunidad universitaria

El contexto universitario tiene algunas particularidades en la consideración de la conducta suicida. Si bien el paso por la Universidad supone un hito ilusionante y significativo para la mayoría de las personas, también se acompaña de importantes cambios que pueden vivirse con cierto estrés. La presión académica por los resultados, la necesidad de adaptarse a nuevos grupos y relaciones sociales, la soledad no deseada y otras dificultades pueden aumentar la vulnerabilidad de algunas personas. Además, desconocer los recursos disponibles o no saber a quién acudir pueden aumentar la sensación de desamparo.

No obstante, la comunidad universitaria también se erige como un escenario ideal para la acción comunitaria. Las intervenciones locales han mostrado ser efectivas en la detección de situaciones de riesgo, resaltando la importancia de promover campañas de sensibilización, talleres de gestión emocional, y acciones de formación del personal docente y administrativo en la detección y manejo de estos casos.

El sentido de pertenencia es un potente factor protector. Sentirse parte de una comunidad, saber que existen redes de apoyo y que uno importa a los demás, puede marcar una diferencia significativa en el bienestar emocional. Fomentar espacios de encuentro, diálogo y colaboración no solo fortalece los lazos entre las personas que forman la comunidad universitaria, sino que también construye un entorno donde pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino un acto de conexión y confianza. 

 En el entorno universitario, donde convergen diversas realidades y desafíos personales, es fundamental construir una cultura de cuidado mutuo. Esto implica no solo fortalecer redes de apoyo formales, sino también cultivar vínculos cotidianos basados en el respeto, la solidaridad y la atención hacia el bienestar de quienes nos rodean. Ser agente de cambio no requiere de grandes gestos: a veces, basta con preguntar “¿cómo estás?” y estar dispuesto a permanecer, sea cual sea la respuesta.

Un compromiso colectivo. No estás solo, no estás sola

Si estás pasando por un momento difícil, recuerda que no estás solo, no estás sola. El sufrimiento puede hacernos creer que no hay salida, pero siempre hay alternativas. Hablar de lo que sientes con alguien de confianza, un profesional, o incluso a través de líneas de ayuda especializadas puede ser el primer paso para encontrar una luz en la oscuridad.

Y si eres tú quien recibe una confesión de este tipo, no te asustes ni temas preguntar directamente si la persona ha pensado en el suicidio. Este cuestionamiento no incita a la acción; demuestra que te importa y que estás dispuesto a escuchar.

El suicidio es prevenible y cada uno de nosotros podemos ser parte de esa prevención. Si estás sufriendo: habla. Si alguien a tu alrededor está pasando por un momento difícil: escucha. Las palabras tienen el poder de aliviar, de conectar y de salvar vidas. Como sociedad, como comunidad, debemos romper el silencio que rodea al suicidio. Hablar de ello no es incitar, sino prevenir. Porque, al final, hablar puede salvar vidas.

Recursos de ayuda

Línea 024: Atención a la conducta suicida, 24/7. También servicio de chat linea024.

Emergencias 112

Teléfono de la Esperanza: 717 003 717

Asociación La Barandilla: 911 385 385. Teléfono contra el suicidio.

Badabidebat: 900 840 335. Servicio de apoyo emocional a jóvenes (18-30 años) de Gipuzkoa. También servicio de chat y whatsapp (747 421 720)

Zeuk esan: 116 111. Servicio de atención a la infancia y la adolescencia.

Fundación ANAR: 917 262 700. Servicio de atención a la infancia y la adolescencia.

Biziraun: info@biziraun.org Asociación de personas afectadas por el suicidio de un ser querido (Euskadi).

Besarkada-abrazo: 622 207 743 / info@besarkada-abrazo.org Asociación de personas afectadas por un ser querido (Navarra).

Bidegin: 664 125 293 Servicio de apoyo al duelo.

Red de Escucha y Respuesta UPV/EHU: https://www.ehu.eus/es/web/ikasi/entzute-sarea/contacto

Servicio de Atención Psicológica UPV/EHU: https://www.ehu.eus/es/web/servicio-atencion-psicologica